Una reflexión para quienes están comenzando o quienes quieren hacerlo próximamente

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Si no estoy mal, fue en enero de este año que tras un operativo de la Policía en el tenebroso sector del ‘Bronx’ en Bogotá, junto al parque Tercer Milenio, fueron hallados 21 niños de entre ocho y 15 años en estado avanzado de farmacodependencia. Esto ocurrió muy cerca de donde se ubican los poderes del Estado, a pocas cuadras de la emblemática Plaza de Bolívar donde se ubica la Casa de Nariño; del Capitolio Nacional, donde legislan los Honorables Padres de la Patria; del Palacio Liévano, sede del Gobierno de Bogotá; del de la Justicia y de la Catedral Primada.

La noticia no tuvo el impacto que yo hubiera esperado, seguramente porque hay tantas informaciones como ésta en los medios que los públicos estamos ya anestesiados o porque hay tanta apatía institucional para dar soluciones a estas situaciones que estos casos ya hacen parte del paisaje nacional.

Conversaba hace unos días con unos estudiantes acerca del supuesto libre desarrollo de la personalidad y me decían que eran libres de consumir y que, como libres, nadie podía evitar que lo hicieran, que eran muy conscientes de su libertad. Me acordé entonces de las palabras del Sumo Pontífice desde el Hospital de la Fraternidad de San Francisco, en su paso por Brasil, a propósito de la discusión sobre la legalización de las drogas. Él decía más o menos que son tantos los mercaderes de la muerte que no se podría hablar de un uso libre de drogas, justamente porque esa libertad ya estaría condicionada. Por eso es necesario –decía el Papa- enfrentar los problemas que surgen a raíz del consumo, proveyendo mayor justicia y educación.

Miren, queridos lectores, yo no estoy de acuerdo con que a un consumidor de marihuana, por ejemplo, lo acusen de ser una persona enferma y que requiere tratamiento, a sabiendas que hay consumos problemáticos que así lo ameritan. Conozco muchas personas que se salen del prototipo de consumidor y que después de su trabajo de oficina llegan a su casa y se fuman -ni siquiera un cigarrillo entero de marihuana- sólo una fumada y con eso les basta. Yo no creo que sean enfermos, creo que hacen uso responsable de su derecho de ser y de hacer.

A mí lo que me parece sensato -y en esto estoy totalmente de acuerdo con el Sumo Pontífice- es que una persona debe ser consciente de su derecho de ser y de hacer, pero, así mismo, del deber que implica ese derecho.

Y hay que comenzar por hablar del deber que se tiene con uno mismo. Por lo menos se debe saber en qué consiste lo que se hace para que ese derecho de ser y de hacer no esté cubierto por el manto de ninguna duda, porque sería vergonzoso ejercer un derecho de esta naturaleza ingenuamente, eso sería como una especie de negligencia.

Investigadores de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte (Estados Unidos), publicaron los resultados de un reciente estudio desarrollado con mil 37 individuos nacidos entre 1972 y 1973, a quienes se les analizó el impacto del uso de marihuana en varias funciones neuropsicológicas hasta que cumplieran la edad de 38 años.

Los científicos, dirigidos por la profesora Madeline Meier, encontraron que los participantes que habían usado persistentemente marihuana, mostraban un “amplio deterioro” en varias áreas neuropsicológicas, como funcionamiento cognitivo, la atención y la memoria. Quienes habían usado la droga al menos cuatro veces a la semana, año tras año, durante su adolescencia, sus 20 años y, en algunos casos, sus 30 años, mostraron una reducción en su coeficiente intelectual. La relación, concluye el estudio, es inapelable: cuanto más fumaba el individuo, mayor la pérdida en el CI.

Uno de los puntos más importantes del estudio fue demostrar que el daño era irreversible. Al dejar de usarla o reducir su uso no lograron restaurar completamente su pérdida de CI. Es decir, los efectos neurotóxicos son clarísimos y el daño es permanente.

El estudio fue publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). Robin Murray, profesor de Psiquiatría del King’s College de Londres, explicó que el estudio es “una investigación extraordinaria. Es probablemente el grupo de individuos que ha sido más intensamente estudiado en el mundo y, por lo tanto, los datos son muy buenos. Hay muchos informes anecdóticos de que los usuarios de marihuana tienden a ser menos exitosos en sus logros educativos, matrimonios y ocupaciones. Este estudio ofrece una explicación de por qué puede ocurrir”.

Al parecer, lo que se dice que la marihuana que no genera adicción, que es menos tóxica que el tabaco y que hasta puede resultar beneficiosa en algunas circunstancias, aún está por demostrar.

Un buen punto para discutir entre quienes están comenzando o quienes quieren hacerlo próximamente.

Credito
FEDERICO CÁRDENAS JIMÉNEZ

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