¿Robin Williams héroe o cobarde?

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Pocas veces el mundo despide un personaje que haya sido tan querido como el actor Robin Williams. Curiosamente se cumplen en este mes 15 años del duelo que sentimos los colombianos, en agosto de 1999, por la muerte de un comediante semejante; me refiero, desde luego, a Jaime Garzón.

Pero mientras la muerte de Garzón fue producto de un asesinato, la de Williams fue más desconcertante: el suicidio. Mientras los colombianos sabemos que Garzón murió en el mismo peligroso ‘país de cafres’ que denunció Echandía, nadie entiende cómo murió Williams. Algunos lo compadecen y otros, como suele ocurrir en estos casos, piensan que le faltó valor para vivir, teniéndolo todo.

Sí, Robin Williams era un hombre que parecía tenerlo todo. Descendiente de una reconocida familia estadounidense –cuándo dejaremos de pendejear con la palabra ‘gringo’-, archimillonario, archi-famoso y aparentemente saludable. Todo lo que gran parte de la humanidad anhela, lo tenía Robin Williams.

Pero quienes juzgan a Robin Williams como un cobarde están profundamente equivocados, en el contexto de la ética de respeto a la humanidad. Quiero decir que ningún hombre debería juzgar a otro hombre, a menos que se trate de casos de justicia social y que se tenga el carácter de juez. No tiene sentido alguno el juzgar la vida de los demás, nos dice la sabiduría budista, que coincide con varios preceptos alegóricos cristianos. Entre estos preceptos recuerdo hoy a Lucas: “¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, cuando tú mismo no miras la viga que está en tu propio ojo?”.

Pero tampoco puedo olvidar a Mateo, mi evangelista preferido: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”(Mateo 7: 1-5). El hecho de que algunos seres humanos sean figuras públicas no debería dar a nadie el derecho de juzgar sus vidas privadas. Solo por esto, reitero, quienes se atreven a juzgar a Williams están profundamente equivocados.

Pero como a algunos no les gusta en estos tiempos que se los desarme con citas bíblicas o con moralismos, en lo cual tienen razón, hay otras justificaciones para decir que juzgar al actor (Qepd), de cobarde, es errado. Mi criterio, mío y solo mío, es que Williams fue un héroe hasta el final. Y pasaré a explicarlo muy sucintamente, en este corto espacio de mi columna en el NUEVO DÍA.

Robin Williams en realidad no era tan afortunado como todos creen. Ni la plata ni la fama, aun cuando las tuviera en cuantías extraordinarias podían hacerlo feliz -ni a él ni a nadie- mientras no haya paz interior. Y sin paz interior, no importa la edad, la salud se ve amenazada, sicológicamente o en algún punto del metabolismo. A esta situación de sobresalto permanente en su salud física y mental, que no a la espiritualidad de quien a todos nos parecía un ser bueno y cálido, me refiero al hablar de ‘paz interior’.

Robin Williams se sobrepuso heroicamente, durante lustros, a una depresión crónica, nacida quién sabe en qué punto de su vida. Aun así, se sobrepuso a su dolor y nos dejó un legado enorme de optimismo y humanidad, como en su película ‘Patch Adams’.

Cuando a la perspectiva de sus dolores sumó la incipiente aparición del implacable alzheimer, Robin Williams estaba probablemente con sus defensas sicológicas bajas. Quién sabe si la relación con su pareja era estimulante o no –se dice que murió solo en su habitación-. Quizás cuando se vio arrinconado existencialmente entre la espada y la pared, cuando pensó que vivir más era prolongar el sufrimiento de su familia, decidió su último acto de heroísmo, que no aconsejo imitar. 

Credito
GEORGE WALLIS

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