Unidos por el espanto

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Iraq sigue siendo el laberinto indescifrable donde se extravían los planes norteamericanos. La encrucijada en la que Washington acaba aliándose con el menos pensado. En rigor, una suerte de esquina de la historia donde muchos aliados se vuelven enemigos y muchos enemigos terminan siendo aliados.

Es lo que está ocurriendo ahora: los “saddamistas” se enrolan en la milicia de sus eternos enemigos ultraislamistas, mientras Estados Unidos y la República Islámica de Irán se unen en el apoyo al Gobierno de Iraq. Una vez más, viejos enemigos terminan situados en la misma trinchera.

En la guerra que estalló en 1979, ni bien el ayatola Jomeini comenzó a construir la teocracia chiíta en Irán, Washington apostó a Saddam Hussein y su dictadura sunita. Era tan crucial que cayeran los fundamentalistas persas, que para la Casa Blanca se justificaba quedar en la misma vereda de los soviéticos. Moscú armaba al “carnicero de Bagdad”, mientras Europa y Estados Unidos lo financiaban y ayudaban, incluso, en la acumulación de armas químicas.

Poco después hubo que sacarlo a sangre y fuego de Kuwait, el emirato que invadió con el poderío bélico que le había dejado la guerra contra Irán, empujado por el quebranto económico que le había causado ese conflicto.

Fue Bush hijo el que abrió la caja de Pandora tumbando a Saddam, con la excusa de los arsenales químicos. Sin saberlo, estaba haciendo un favor a Osama Bin Laden, sunita como el dictador iraquí, pero de la vertiente wahabita; y por lo tanto archienemigo del Estado secular promovido por la doctrina baasista en Iraq y Siria.

Abú Musab al Zarqaui fue el discípulo de Bin Laden que inició la “guerra santa” en Iraq, peleando contra norteamericanos, chiítas y kurdos. “Al Qaeda Mesopotamia” se llamó la milicia organizada por aquel jihadista jordano. El mismo grupo que después se denominó Estado Islámico de Iraq y, posteriormente, Estado Islámico Iraq-Levante (Eiil), la fuerza que acaba de poner al ejército iraquí en huida, avanzando a paso redoblado hasta las puertas de Bagdad, cometiendo toda serie de brutalidades como el degollamiento del periodista James Foley y la crucifixión de cristianos.

“Al Qaeda Mesopotamia” se había rebautizado “Estado Islámico de Iraq”, cuando quedó el frente Abú Bakr al-Bagdadí. El rompimiento con la red terrorista creada por Bin Laden se produjo como consecuencia de la guerra civil en Siria. La orden del sucesor de Bin Laden, el egipcio Aymán al-Zawahiri, fue que solo el Frente Nusra representara a Al Qaeda en el conflicto sirio. Pero Al-Bagdadí desobedeció y se zambulló en la guerra contra el régimen de Bashar al Asad, agregando al nombre de su milicia la palabra Levante, por la región que se extiende entre los Montes Tauro y el Sinaí.

¿Cómo pudo adquirir tanto poder el exbrazo iraquí de Al Qaeda? Pues porque en Siria recibió armamentos y de Arabia Saudita enorme financiamiento.

Mientras sus jihadistas se fogueaban combatiendo contra el ejército de Al Asad, su jefe acumulaba dinero y arsenales para contratar y armar mercenarios. El objetivo es conquistar el centro de Iraq y unirlo a la franja fronteriza que retiene en territorio sirio, donde hay yacimientos de petróleo.

Europa y Estados Unidos ayudaron exclusivamente al Ejército Libre de Siria, la milicia de los sunitas moderados que creó el general Salim Idris. Turquía y Qatar ayudan también a la Hermandad Musulmana. Pero el reino saudita repite el error de financiar a los ultraislamistas.

La consecuencia se está viendo en Iraq, donde ese desprendimiento de Al Qaeda llamado Eiil intenta crear un califato sunita que abarque parte de Siria y se parezca al Afganistán de los talibanes.

Para evitarlo, dos viejos enemigos se encontraron en la misma trinchera: Estados Unidos y la República Islámica de Irán. Que, como diría Borges, no los une el amor, sino el espanto.

Credito
ROBERTO SHAVES FORD D.

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