El pecado de gastar en exceso

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En épocas de bonanza, o de vacas gordas, como las llama el vulgo, suelen alentar en los encargados de orientar el gasto público, pasiones desaforadas y maniáticas en donde tal vez los hacen pensar en que todo se puede, o en que en últimas, de alguna parte saldrá la plata para saldar las cuentas, tal vez aplicando el viejo dicho de que, al fin y al cabo, el Estado nunca se quiebra.

Esa práctica perversa, conduce siempre a que los gastos se coloquen fácilmente por encima de los ingresos y el déficit vaya creciendo hasta tomar dimensiones incontrolables, en donde las deudas comienzan a manifestarse en su proceso de estrangulamiento de las finanzas. A Europa entera le acaba de pasar y hoy vive dramáticos momentos de penuria económica; también a países muy próximos al nuestro como Venezuela y Argentina, y tal vez con angustias mayores, incrementadas por la desesperanza de sus habitantes.

El Presidente Santos se acaba de sacudir ante las cifras oficiales, que dan cuenta de que el déficit de las finanzas de la Nación ha superado el 12% y ha ordenado un apretón del cinturón a todas las entidades que están bajo su órbita, con metas muy claras de restricción del gasto, no solo para detener la tendencia, sino para reducir urgentemente ese atormentante indicador.

Pero creemos que ese ejemplo debe replicarse en las regiones, en donde muchos casos similares, y aun mayores, hay para mostrar y que involucran a gobernadores y alcaldes con exceso de asesores, publicidad desmedida, gastos sociales sin control, viajes, viáticos, transportes especiales, seguridades excesivas, oficinas con funciones inciertas y gastos desbordados en implementos de oficina, en uso de comunicaciones, y podríamos añadir un largo etcétera.

Todo suma y la cuenta se va agrandando sin pudor en donde muchos funcionarios malacostumbrados, gastan desmedidamente sin siquiera ruborizarse ante el hecho de que se trata de plata ajena, de aquella que los ciudadanos pagan al Estado sin demora alguna, con la esperanza de que esos dineros se les reviertan en obras y en servicios, y no en gastos suntuarios y hasta grotescos.

Los lectores muy seguramente podrán agregar a estas enumeraciones otras de igual o peor condición y vale la pena abrir el análisis tanto al interior de los despachos de gobierno, como de la ciudadanía, para que se tomen los correctivos y se diseñen esquemas que permitan la austeridad y el mejor y mayor aprovechamiento de los recursos públicos.

Credito
Eduardo Durán Gómez

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