Día del remordimiento

POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

Quinientos veintidós años de expoliación, abusos y marginación, reflejan los rostros adustos de los indígenas mendicantes tirados en las calles de nuestras ciudades, con pequeños famélicos en el regazo de sus madres que miran con los ojos abiertos el inclemente sol de medio día, escenas que nos acusan de consentir, indiferentes, una injusticia contra los legítimos dueños del paraíso que fueron estas tierras, algo cercano a la felicidad en equilibrio con sus dioses y la naturaleza. Y mucha vergüenza debe darnos cuando se habla de que esto es una explotación organizada de mendicidad.

No deberíamos volver al atroz pasado de conquista y colonia –si apologistas europeos pretenden hacernos creer que idioma, religión, mestizaje, viruela, sarampión, mitas y encomiendas, fueron suficiente retribución para olvidar que nuestro continente no fue descubierto, sino invadido, saqueado y sus aborígenes esclavizados y exterminados-, si no fuera porque de esos crímenes, que hoy continúan de muchas formas, nació la descomposición moral e insensibilidad social que nos abruma. Y porque cuando la historia se olvida, dicen, se repite.

Los indios que subsisten en las calles y dispersos en resguardos, arrinconados por ‘el progreso y el crecimiento económico’ que poco van a usufructuar, merecería ser la clase privilegiada de este país, y el 12 de octubre debería ser el Día del Público Remordimiento por todas las injusticias y atrocidades que contra ellos se cometieron y se cometen.

De niños, candorosos, idealizamos la historia de conquistadores de yelmo, arcabuz y tizona como ídolos gloriosos, merecedores de estatuas y homenajes, paradigmas de valentía, y los indígenas, en cambio, como unos ignorantes y desalmados salvajes. Al crecer, descubrimos desilusionados que no era esa la verdad y que nombres como el de Hernán Cortés y Francisco Pizarro, y otros muchos, estaban asociados a tan monstruosos genocidios que hoy, sin mucho entrenamiento, podrían liderar grupos de paramilitares, guerrilleros y bacrim.

Cuántas décadas tardaron en Europa dilucidando si los millones de indios que habitaban el nuevo continente eran ‘seres humanos, dotados de alma o razón’ o deberían ser considerados como ‘seres inferiores’ y quedar sometidos a los conquistadores. Triunfaron los argumentos de la cruz y la espada y los soldados sedientos de oro comenzaron a encontrar motivos para someter y saquear: eran idólatras, andaban desnudos, comían gente, usaban flechas y lanzas para defenderse, no eran súbditos de Fernando e Isabel, ni le rendían culto al Papa Alejandro VI, el abominable Rodrigo Borgia.

Los resultados fueron funestos: poblaciones de millones pasaron a miles, muchas tribus combatieron hasta morir; las enfermedades del viejo continente diezmaron pueblos enteros; indios herrados, sin orejas, sin narices, quemados con sus familias, esclavizados. Puede afirmarse que la vergonzosa enumeración de los crímenes cometidos para ‘civilizar y adoctrinar’ a nuestros aborígenes, deja pálidos a los que hoy llaman de Lesa Humanidad.

El 12 de octubre de 1492, debería recordarse con aflicción.

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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