El arte de no ejecutar

.

Una de las características más deprimentes de la administración pública en Colombia es su incapacidad para ejecutar. Son raros los ejecutores y abundantes los que prefieren procrastinar o poner obstáculos. En el gabinete actual se pueden contar con una mano los que están motivados para terminar las obras y los proyectos.

El caso de Germán Vargas es una curiosidad en el sector público colombiano. No recuerdo otro funcionario con esa misma motivación y con el interés en terminar obra, quizás con la excepción de Virgilio Barco o Enrique Peñalosa cuando fueron alcaldes de Bogotá. Ellos, sin embargo, no solamente se preocupaban por ejecutar las obras, sino porque quedaran bien hechas.

El metro de Bogotá puede ser el ejemplo más obvio de dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. Cada vez que sale en CMI el render del Metro, que terminó siendo lo único que dejó Samuel Moreno de la promesa con la que se hizo elegir, tengo una sensación de que se va a repetir la historia.

Por coincidencia en la sección de hace 50 años del diario El Tiempo de Bogotá se publicó la noticia del anuncio que se hizo entonces sobre la culminación de los estudios del metro y la inminente decisión de construirlo. No se diferencia del que hizo Petro recientemente. Posiblemente la reacción del Gobierno nacional entonces fue la misma de ahora porque el metro no se construyó y quizá ahora tampoco lo haga.

El Alcalde le va a echar la culpa al Gobierno y el Gobierno va a aceptarlo a regañadientes con argumentos de austeridad, ambos contentos de no meterse en ese lío. El principal obstáculo es financiero, pero ni siquiera han puesto sobre la mesa la posibilidad de dárselo en concesión a alguien, que sería una forma de remover el problema en el presente. Probablemente prefieren dejar así.

Ejecutar tiene costos y riesgos mientras que para no ejecutar siempre hay razones poderosas y en Colombia pocos riesgos. Ninguno de los dos gobernantes podrá inaugurar el metro.

Si la obra no es subterránea, va a hacer imposible la movilidad en Bogotá, y si es subterránea, es difícil de pronosticar cuánto va a costar. Mejor que la hagan los que vienen, dirán los funcionarios. Ese mismo sesgo en contra de la ejecución inmediata se percibe con demasiada frecuencia en la administración pública.

La burocracia se ha vuelto excesivamente sofisticada para no ejecutar sin que se note que lo hacen a propósito. Si un proyecto es difícil, lo vuelven más complejo. Por ejemplo, si en un municipio piden un centro de acopio, alguien decide que hay que hacer una red nacional de centros de acopio o recrear el Idema. En lugar de hacer un camino vecinal, emprenden una red de proyectos viales terciarios para “meterlos en el Plan de Desarrollo” (que tampoco se ejecuta).

No tienen que incurrir en los costos y en los riesgos de ejecutar, ni enfrentar a nadie, y emplean su tiempo en reuniones en las que se discuten proyectos cada vez más complejos. Creen estar trabajando para el desarrollo cuando es a paralizar a la administración a lo que contribuyen.

Ya hay estudios muy interesantes de los comportamientos y motivaciones que conducen a procrastinar que tienen aplicación local. (James Surowiecki, “Later”, The New Yorker, octubre 11 de 2010).

Credito
RUDOLF HOMMES

Comentarios