Las inconvenientes listas cerradas

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Los tiempos en que los ciudadanos decidían por quién votar en las elecciones a Senado, Cámara de Representantes, asambleas y concejos podrían pasar a la historia por cuenta de la reforma política que actualmente hace curso en el Congreso de la República.

Las listas cerradas, es decir, aquellas listas para corporaciones públicas en las que el elector no puede votar por el candidato de su preferencia sino por un partido o movimiento en particular, son, según la reforma del “equilibrio de poderes”, la fórmula para fortalecer los partidos políticos y combatir las microempresas electorales, el clientelismo y la compra de votos. Sin embargo, creo que podría terminar siendo una grave equivocación, que en lugar de surtir los efectos esperados, tendría infortunadas consecuencias tanto para el electorado, como para los mismos partidos políticos y sus candidatos.

En primer lugar, con la reforma propuesta solamente tendrían opciones de salir elegidos quienes estén ubicados en las primeras posiciones de la lista, y no los candidatos que, independientemente del lugar que ocupen, hayan logrado una marcada preferencia entre los electores. Así, queda abierta la posibilidad de que ocurran injusticias, como que un candidato con poco poder electoral resulte elegido. Este hecho podría causar un efecto negativo en la votación total de un partido o movimiento y, por ende, en la representación que alcance en determinada corporación pública, toda vez que la mayoría de candidatos, al saber de antemano que pese a sus esfuerzos no alcanzarían una curul, sencillamente poco o nada se interesarían por trabajar fervorosamente en el debate electoral. Adicional a esto, tal y como ocurre en el deporte, la competencia por superar a sus competidores es un poderoso estímulo para luchar por obtener los mejores resultados. En lo electoral, la única manera de medir las capacidades políticas de los candidatos es a través de su votación, que sería imposible de cuantificar bajo el mecanismo de listas cerradas.

Por otra parte, una de las ambiciones de la reforma es la de revivir la importancia de los partidos políticos, que, según dice, han sufrido fraccionamientos por diversas razones, entre ellas el excesivo protagonismo de políticos individuales. No obstante, pretender lograrlo a costa de anular lo que representa individualmente cada candidato sería atentar contra la pluralidad natural que debe caracterizar cualquier colectividad. Incluso, sería pretender recuperar por la fuerza, lo que los mismos partidos y movimientos políticos se han encargado de perder: la credibilidad.

Por último, en lugar de perturbar la hegemonía de las elites políticas locales y regionales, el mecanismo de listas cerradas las favorecería considerablemente. Esto es, porque aunque la reforma plantea que las listas deberán ser elaboradas bajo mecanismos de democracia interna, los directorios municipales y departamentales, claramente controlados por los cacicazgos políticos, serían determinantes a la hora de decidir quién ocupa cuál posición, que es lo mismo que decidir quién gana o pierde en unas elecciones.

Por estas razones, creo que las listas cerradas que propone el Gobierno nacional no convienen a la democracia del país. Los ciudadanos deben seguir teniendo el derecho de votar por quien se sientan representados. Los esfuerzos individuales de los políticos deben seguir siendo premiados o castigados por el electorado. Y la recuperación de la jerarquía de los partidos políticos, que considero absolutamente necesaria, no tiene por qué lograrse a través de la imposición de una reforma, sino, más bien, que sea el producto del esfuerzo de estas instituciones por replantear el cuestionable papel que hasta ahora han cumplido en la construcción de país.

Credito
CESAR PICÓN

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