La pobreza también se hereda

Algún espíritu crítico, ¡hasta comunista debe ser!, decía que los pobres de nuestras ‘democracias’ tropicales, cuando mueran, van a encontrar muy aburrido el cielo porque allá, igual que aquí, no hay trabajo, ni servicios médicos, ni servicios públicos, ni hospitales, ni seguridad, ni escuelas, ni plata. Pero sí miríadas de desocupados, como aquí.

Ignaro uno en materias económicas -ciencia “cuyas proyecciones a largo plazo determinan que todos estaremos muertos”, según Keynes, encumbrado gurú-, no puede entender cómo mientras crece el número de millonarios andinos en la lista de la revista “Forbes” y los mandatarios en su mensaje anual hacen malabares y prestidigitación con las estadísticas para destacar los dígitos de incremento del PIB, los sombríos indicadores que miden pobreza y pobreza extrema permanecen casi constantes, y niños desnutridos, mendicidad e informalidad, entristecen el paisaje.

Tan poco interés suscita en los gobiernos locales el buscar soluciones para este ébola social –porque, como en las ciudades turísticas, la pobreza se camufla, y practicar las obras de misericordia es apostolado de mínimos grupos de voluntarias de buen corazón-, que este mes de octubre se conmemoró el “Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza” auspiciada por la Naciones Unidas, sin que se efectuaran foros ni reflexiones en las comunidades para buscar caminos para que la prosperidad sea compartida.

La pobreza, mal endémico colombiano, muestra cifras que deberían causar desasosiego a quien puede comer tres veces al día. De la población total, el 8.4 por ciento, cuatro millones, vive en pobreza extrema, sin recursos para satisfacer las necesidades básicas de alimentación; el 29.3 por ciento, 13.7 millones, vive en la pobreza, sin los recursos necesarios para vivir dignamente; y la pobreza rural, duplica la de los centros urbanos.

Sobre esto último, es triste registrar que el campesino tradicional que le dio impulso inicial a nuestra economía, se vuelve invisible, se hace perenne su pobreza y tiene que volver a la escatológica costumbre de “tentar” digitalmente las gallinas para saber con cuantos huevos cuenta para el desayuno de sus hijos.

Crecimos con la resignación como ‘virtud’ cristiana, catequizados de que riqueza es estar satisfecho con lo que se tiene –y ello se acepta si uno puede vivir con decoro-, y que los pobres heredarán el cielo; pero cuando la receta de la vida cotidiana de millones tiene ingredientes tales como el trabajo infantil, el desempleo, la marginalidad, la falta de educación, la discriminación, la desigualdad económica, y la corrupción de quienes tienen la representación de la comunidad y el poder, el producto final no puede ser otro que la infelicidad futura de todos, ricos y pobres.

Resulta irónico que con tanta penuria, se invite a los menesterosos a ahorrar. Un gay famoso con conciencia social, Óscar Wilde, escribió: “Pedirle a un pobre que ahorre, es como exigirle a alguien que se está muriendo de hambre que coma menos”.

Credito
POLIDORO VILLA HERNÁNDEZ

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