País inmóvil

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Heráclito, el gran filósofo griego cuya doctrina a todos nos enseñaron en el colegio, pero que dada su poca y casi nula aplicación práctica en la vida cotidiana ya se nos olvidó, privilegió al movimiento como la verdadera fuerza que le dio origen a todo lo que nos rodea. De esta forma, si extraemos su teoría del campo filosófico a la realidad contemporánea de un país, veremos cuánta razón tenía Heráclito y lo sordos que hemos sido a sus enseñanzas.

Cualquier nación del globo funciona como un organismo complejo que requiere del movimiento para sobrevivir, movimiento entendido como la circulación del tránsito en sus venas y arterias, las cuales están representadas en las diferentes vías de transporte con las que cuente bajo la modalidad que sea. Tierra, agua o aire, todos los elementos son válidos a la hora de optimizar la carga de mercancías o personas y evitar taponamientos que den lugar a embolias sociales y económicas.

Bajo esta lógica, Colombia adolece de dolorosísimas várices de movilidad. Una serie de puntos críticos que han perjudicado su crecimiento y que se irán acentuando con los años si no se les ataca con prontitud.

El país se defiende solo con el concreto de las añejas carreteras construidas hace décadas por nuestros abuelos, mientras los grandes proyectos que prometieron en su momento dar el salto a la actualidad que nuestra infraestructura demanda se encuentran en cuidados intensivos mientras se ahogan en lagos de dudas.

Las licitaciones avanzan a velocidad de cuerpo celeste, los cálculos de tiempo y dinero suelen ser excedidos en demasía, las obras tiene un envión inicial, luego se fatigan, se paralizan, después les llega un segundo aire que no dura mucho y finalmente son escándalo en el diario o revista de turno.

El Magdalena es solo un fantasma de aguas muertas y fétidas por donde solo el olvido puede navegar. La época gloriosa macondiana de El Amor en los Tiempos del Cólera se quedó en los libros a la espera de que la nueva concesión entregada por el gobierno nos recuerde que surcar sus aguas no es realismo mágico. Por la memoria histórica de la ciénaga, esperemos que ese contrato transforme a esta yugular colombiana.

Y en las ciudades la cosa no parece que esté mejor. El Transmilenio original, y sus gemelos emulados en distintas capitales del país, atraviesan la peor de sus rachas con un modelo que no está rentando lo esperado y una dejadez que aterroriza en sus estaciones y buses, sumada a una seguridad de papel maché. Manifestaciones reales o virtuales, paros recurrentes, rutas inentendibles y pasajes costosos a cambio de un servicio paupérrimo, ese es el gran resumen.

Se habla de metros y de tranvías, pero los trancones siguen siendo la característica dominante de la panorámica urbana de Colombia, un país inmóvil que languidece porque a su gente se le va la vida tratando de llegar de cualquier parte a cualquier parte. Heráclito tenía la clave del progreso hace cientos de años y nosotros parecemos no poder entenderla aún.

Credito
FUAD GONZALO CHACÓN

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