Un volcán en Europa (Última parte)

Robert Shaves Ford

Hasta hace relativamente poco era habitual oír decir que sólo se trataba del accionar de un puñado de extremistas que fueron “radicalizados” por al imperialismo yanqui, los drones de Obama, las penurias de los palestinos, los errores cometidos por cartógrafos británicos y franceses después de la Primera Guerra Mundial, la pobreza, el capitalismo liberal, la islamofobia, el racismo y así largamente por el estilo. O sea, que en el fondo sólo es cuestión de la reacción comprensible, si bien un tanto excesiva, de una minoría reducidísima de las víctimas de la agresión imperialista, no de la reanudación de una lucha -la yihad- implacable, que se inició hace mil 400 años, atribuible a la sensación de que, por fin, la supremacía occidental tiene los días contados.

Sería reconfortante si sólo fuera cuestión de una minoría pequeña, pero sucede que, a juzgar por los resultados de las encuestas que se han efectuado en regiones dominadas por el islam, una proporción sustancial de los musulmanes que viven en Europa, y ni hablar de los demás, comparte los valores de los “extremistas”. Lo mismo que los cristianos de antaño, dan por descontado que la blasfemia y la apostasía son crímenes capitales.

Además de librar una batalla cultural en el seno de las ya grandes comunidades islámicas de Europa -aunque el resueltamente laico Gobierno francés es reacio a difundir estadísticas que a su juicio serían discriminatorias, se estima que en su país hay más de seis millones de musulmanes-, los interesados en mantener occidentales frente a tales manifestaciones de desprecio por los valores que supuestamente son inhrentes a su civilización puede entenderse: felicitarse a sí mismos por tener la valentía necesaria para reivindicar un principio juzgado noble es muy agradable, pero enojar a sujetos riquísimos que a través de los años han gastado mucho dinero para comprar voluntades en instituciones occidentales prestigiosas sería ir demasiado lejos. También sería “islamófobico” prohibirles a los sauditas financiar mezquitas que sirven de centros de reclutamiento yihadistas.

Aunque los dirigentes europeos y norteamericanos discrepan sobre los detalles, con escasas excepciones se han esforzado por convencerse de que el Islam “auténtico” es un credo pacífico que, por fortuna, no tiene nada que ver con la versión “secuestrada” por los yihadistas. El debate en torno al se asemeja a aquel que se celebraba entre los que afirmaban que la cultura alemana era intrínsecamente militarista y quienes insistían en que la Alemania “auténtica” era el país de Kant, Goethe y Thomas Mann, una “tierra de poetas y pensadores”, mientras que el de Hitler era una aberración. Andando el tiempo, resultaría que los optimistas tenían razón, pero antes de confirmarlo hubo una guerra atroz en la que, por motivos prácticos, no era factible distinguir entre los alemanes buenos -los que, en casi todos los casos, por motivos nacionalistas habían festejado los triunfos espectaculares de los ejércitos del Reich-, por un lado y los nazis por el otro.

Pues bien: para que el mundo musulmán no sufra una tragedia parecida, los buenos o “moderados” tendrían que movilizarse en contra de los fanáticos y colaborar activamente con la Policía, las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia de los infieles. Asustados por lo que acaba de ocurrir en Francia, muchos líderes occidentales están acercándose a la conclusión de que, sin el apoyo resuelto de los dispuestos a integrarse a las sociedades pluralistas, democráticas y “multiculturales” que se han formado en Europa, les espera un futuro terrorífico de atentados devastadores y conflictos comunales sanguinarios que culminen con expulsiones masivas, es decir, de un regreso al mundo de apenas medio siglo atrás en que millones de personas se vieron obligadas a trasladarse, con sus correligionarios, de un país a otro. Como dijo el alcalde de la ciudad holandesa de Rotterdam, un musulmán que es hijo de un imán, a los reacios a asimilarse: si no les gustan las libertades que son propias de Europa, “hagan sus maletas y váyanse”.

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