Dilema moderno: hijos o perro

Polidoro Villa Hernández

Enojosas aglomeraciones, estorbosos vendedores ambulantes en las aceras, y costo de vida por las nubes, hacen que el mandato bíblico “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla” no tenga hoy tantos fans. Una ‘pilosa’ profesional respondió seria cuando le inquirí sobre sus planes de tener familia: “Nooo, yo no quiero tener hijos. En este momento, mi vida tiene dos objetivos: criar un perrito y conseguir un viejo rico que no sea tacaño”. Difícil lo último.

La leche cara, los abusos del ‘cartel de los pañales’, el costo de la educación con sus forzosos y prohibitivos ‘bonos voluntarios’, y los millonarios gastos que demanda levantar un muchacho –quién además, por la escasez de empleos, a futuro puede convertirse en un hijo ‘bombril’-, influyen para que se popularice la opción del maridaje de vivir juntos, pero sin tener descendencia.

Estadísticas especializadas –que sirven hasta para decir la verdad-, indican que cerca del 17% de las parejas tienen ese acuerdo. Y es creciente esa tendencia a nuestro alrededor.

Estos “matrimonios estériles por elección”, como los llamó alarmado el Papa Francisco, son un segmento importante en la sociedad de consumo y en el marketing de las grandes empresas: los etiquetan codiciosamente como Dink (doble ingreso, no hijos). Usualmente, son profesionales los dos, inmunes al matrimonio, con un nivel de gasto superior al promedio, que no admiten que ningún llanto a medianoche, ni pañales sucios los saque de su zona de confort.

Egoístas sofisticados, sin temor a la soledad senil, no dejan que nadie perturbe su tiempo libre; veneran la tecnología y compran cuanto artilugio electrónico sale al mercado; adoran los centros comerciales, y las tradiciones les importan un pito. Su ideal gravita alrededor de la cultura del bienestar, viajar, ir a sitios chic, sin afanes por traer criaturas al planeta.

Y para anestesiar el poderoso instinto materno y paterno que siempre clamará por un hijo, compran un perro fino para entregarle sus afectos. Y si se pone cansón, lo mandan un mes a una guardería canina. Ha crecido tanto el comercio de los perros como sustitutos de los hijos, que ya hasta enumeran las ventajas que tiene preferir a los primeros.

“Comen menos; no piden plata todo el día; vienen cuando se les llama; no tienen amigos drogadictos, no fuman marihuana ni toman trago; siempre te hacen caso; no exigen zapatos ni ropa de moda, ni regalos de navidad y cumpleaños; no necesitan niñera que los cuide; no se avergüenzan de uno cuando son adolescentes; no se quejan de que la comida es la misma todos los días; no hay que pagarles las cuentas del celular, no hay que instruirlos sobre el sexo, y cuando quedan embarazadas, se pueden vender los hijos”.

Y no esperan que uno muera pronto para reclamar la herencia.

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