Ilusiones

Polidoro Villa Hernández

Por estos días de fiesta, -‘regocijos populares’ les llamaban en épocas en que no existían los carísimos palcos vip, donde se regodean el rastacuerismo, la fritanga y el güisqui-, la gente critica que el tamal sabe a tomillo y no a cominos, como era tradicional; que la lechona sabe a insípida cena de eps, porque a los marranos los alimentan con concentrado y no con ‘aguamasa’; y que la añosa y dura gallina de despaje o el flacuchento pollo del sancocho tienen textura de espuma de poliuretano, porque no los criaron con maíz. Cuestión de paladar.

Pero tras dejar los platos limpios, y con la misma ávida esperanza de los apostadores de Baloto que saben solo tienen una probabilidad en ocho millones, la gente habla con entusiasmo y hace planes para el Postconflicto que nadie sabe cómo se cocinará, cuándo empezará, cuánto nos va a costar y, mucho menos, cuántas generaciones después terminará.

Un escéptico agorero sugería que la única manera de erradicar ‘La Violencia’, enfermedad catastrófica inoculada en la sociedad por la turbia politiquería, y que causa más víctimas que cualquier pandemia, sería que después de firmar la paz en La Habana -ojalá antes de que le diagnostiquen prostatitis a los negociadores-, se establezca una mesa de negociación con políticos corruptos para exorcizar sus almas. Podría ser en Cartagena ó Miami, para ellos polos turísticos atractivos.

Porque si una vez desarmados, desmovilizados, perdonados e indemnizados los guerrilleros, y ojalá así sea, la pacificada Colombia es tomada por los traficantes de carruseles de contratos, por la archicofradía del fraude y el saqueo, por los que quieren el poder para servirse y no para servir, por los que vician y prostituyen el proceso electoral y venden su alma al diablo para financiar su apetito de poder, por quienes pisotean la oposición, y por los que protegen y comercian con el crimen, estaríamos condenados a malvivir como en Sudán o el norte de México, donde poder y corrupción aniquilan la sociedad. Limpiar la política es tan urgente como erradicar minas ‘quiebrapatas’.

Paz verdadera significa un país sin grupos armados terroristas, sin maligna politiquería, sin corrupción, y como soñar es gratis y alienta la esperanza, deberíamos como ejercicio de salud mental hacer un listado de tareas por si acaso se logra esa bienaventuranza.

Primera, es borrar ese miedo permanente que tienen los ciudadanos de que los van a robar, herir, matar, secuestrar, violar, vulnerar sus derechos, y lograr, como en Suiza o Canadá, que las familias caminen tranquilas, sin temor, por las calles y el campo, sea de día o de noche.

Usar los billones que ya no se roben los corruptos, ni gastemos en balas ni fusiles, para proteger la naturaleza de la depredación; auspiciar miles de coros y de orquestas; ofrecer óptima educación y salud integral, y para infundir en las nuevas generaciones una visión más espiritual y menos material de la vida. Y disfrutar así de este país paraíso malogrado por la irracional codicia política. ¿Ilusiones?

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