Relato de un Armerita

Es una tarde radiante y calurosa, propias de esta tierra. Una fuerte brisa alborota los cabellos de cinco estudiantes que atraviesan el parque central los Fundadores, el reloj de la torre de la iglesia marca las 3:43.

Como las colegialas van de prisa, el viento arremete contra ellas, la más distraída expresa en voz alta: "estos vientos de agosto si son bien atrevidos, mira como nos levanta las faldas", ¡cual agosto! exclaman las demás, si estamos en noviembre.  Todas celebran la confusión con sonoras y juveniles carcajadas.  Siguen su recorrido, llegan a la esquina de la Caja Agraria y toman la avenida calle Doce hacía abajo, vía barrio 20 de Julio. Quedarían marcados en la memoria de los transeúntes ocasionales sus lindos rostros y sus coloridas faldas a cuadros, eran del colegio la Sagrada Familia. 

Es miércoles, la tarde transcurre normalmente. No ha pasado mucho tiempo, cuando ocurre algo muy extraño, de repente el fuerte viento se transforma en una suave brisa, brisa que apenas mece las hojas de los árboles, hay algo raro en el ambiente, todo ha cambiado. De los inmensos árboles que hay en el parque central, salen pajaritos, y cientos de loritos que vuelan en manada hacia la montaña.  

El cielo pasa de diamantino a gris, todo se va tornando gris.  Que tarde bien extraña, nadie se explica que está pasando.  Solo con el paso de los años se ha concluido que esa fue la primera señal, la señal que algo horrible estaba por suceder. 

Inesperadamente empieza a llover, pero es una lluvia extraña, una lluvia seca. Créanlo, del cielo no cae agua, está cayendo cenizas, una fina ceniza que lo va cubriendo todo, obliga a correr  y a guarecerse bajo los tejados aledaños a los cafés Ancla y Hawai.  Es una ceniza que a los pocos minutos está haciendo daños: los ojos arden, se dificulta respirar, y el cabello de los apurados lugareños se va cubriendo de éste polvillo menudo y fastidioso.  

Los tejados, calles y andenes se han cubierto de una gruesa capa de cenizas y arenilla. Pasa el tiempo, el reloj de la iglesia indica que son las 5:57 de la tarde, es en este instante cuando deja de llover cenizas. 

Al caer de la tarde y entrada la noche, y tal vez en reacción a ese extraño fenómeno de la ceniza, se desata un fuerte aguacero, éste sí de agua. Como es época de verano no se espera que llueva, nadie está preparado con paraguas, es por esto, que muchas señoras entran en carrera al almacén YEP a comprar uno, rápidamente se agotan.

Muchos empleados a ésta hora salen de sus trabajos y oficinas. Llueve a chorros, sus ropas mojadas se adhieren al cuerpo, solo quieren llegar rápido a sus casas para cambiar sus vestimentas, algunos molestan que es la única manera de llegar temprano a buscar la cama.  Además qué delicia, de ñapa hay partido de fútbol, será televisado. 

La lluvia no cesa, es una noche muy oscura, no hay estrellas, el cielo está pintado de un negro reteñido. En nuestro pueblo, siempre hemos alardeado de tener el cielo más resplandeciente y bello del país, pero qué raro, hoy no está esa luna iluminada y redonda que conocemos desde niños, las estrellas se han marchado, tal vez huyen, no quieren ser testigos de nada. Es una noche demasiado fría.  Algunos empiezan a percibir un poco de miedo, es como si algo feo estuviera a punto de pasar.

Con el ánimo de superarse y salir adelante muchos jóvenes y adultos terminan bachillerato en la nocturna, esta noche no es la excepción, asisten a clases en el colegio Carlota Armero.

Hacía las 8:45 de la noche deja de llover, el aguacero para en seco, no cae una gota más.  Es ahí cuando sobre los tejados se escucha otra vez un fino e incesante salpicar, y caemos en la cuenta que la ceniza está de regreso. Nuevamente hay lluvia de cenizas, sobre los suelos totalmente húmedos y anegados va cayendo esa ceniza menuda. Definitivamente esta noche tocó acostarnos temprano, es el sentir de muchos. 

Hay una calma sombría, que solo se interrumpe por el ruido silencioso de esa extraña lluvia.  Nadie se explica lo que está pasando.  Se podría decir que gracias a las lluvias todos están en casa, excepto los estudiantes de la nocturna.  A propósito de ellos, esa noche salieron a las 9:40, más temprano que de costumbre, pues su lejano colegio fue construido prácticamente a las afueras del pueblo, más exactamente al otro lado del río, y su rector quiere que lleguen rápido a casa, eso sí, advirtiéndoles que cubran sus cabezas con sus bolsos y pañuelos, a esa hora la lluvia de cenizas es intensa.  Unos parten en carro, otros en motos y bicicletas y muchos a pie.

Obligatoriamente todos estos estudiantes tienen que pasar por el puente que está sobre el río, a esa hora está el carro de la Defensa Civil, la Cruz Roja, Bomberos y uno de la Alcaldía. Los más jóvenes siempre acuciosos a saberlo todo, preguntan qué es lo que está pasando: nadie responde. Entonces sin preguntar más, prenden sus linternas y toman la decisión de bajar hasta la orilla del río, allí se sorprenden al observar que no está bajando agua, el cauce  está seco.  Sobre la vía van llegando más y más carros, nadie se quiere ir.  La ceniza sigue cubriendo sus cabezas. Pasadas las 10:00, por entre el cañón que forma el río en las montañas, se escucha un fuerte silbido como de una olla a presión a la distancia. 

A esta hora en algunos hogares, ya la incertidumbre y tensión empieza a mortificar la calma, nadie sabe qué hacer, algunos recuerdan que en la tarde el profesor Edgar Efrén Torres, manifestó por Radio Armero: "que no había por qué preocuparse, que todo estaba bien, que únicamente cerraran bien las puertas y ventanas y con toldillos protegieran a los más pequeños y los mayores cubrieran su nariz con pañuelos húmedos". 

También se acordaron que el Padre Osorio en misa de siete, había dado estas mismas recomendaciones, no sin antes advertirles a algunos allegados que por motivos personales esa noche viajaría a Ibagué.  La radio solo retransmite el partido de fútbol que se juega en Bogotá. El firmamento sigue cubierto de nubes oscuras. Comienza a reinar un ambiente de zozobra entre los habitantes que aún están despiertos. 

Mientras tanto, en la orilla del río ese silbido se hace más agudo y penetrante y como si hubieran visto un espanto, todos los allí presentes se miran la cara y sin decirse nada, ni ponerse de acuerdo en nada, corren despavoridos a buscar su medio de transporte y huyen del puente hacia sus casas. Los que van en moto, gritan por las calles oscuras y solitarias: " que salgan de sus casas, que corran, que en el río algo está pasando, que nadie se quede adentro".  Estos gritos de advertencia rápidamente se multiplican. 

Toda la población enciende las luces de sus casas y empiezan a salir con su familia y vecinos, se acomodan en camiones, volquetas, pequeños automóviles, motos y bicicletas.

Otros a pie tratarán de llegar al otro extremo del pueblo a buscar a su familia cercana.  Unos toman la vía a Guayabal, otros a Lérida, la gran mayoría han decidido buscar  la vía a Maracaibo, en minutos la amplia e iluminada avenida calle Doce es la más congestionada. 

Al principio en relativo orden, hasta que algunos conductores por los nervios, la ansiedad y la confusión que produce el afán, estrellan sus carros con otros y empiezan las discusiones de saber quién tuvo la culpa. Las amplias calles están repletas de gentes y de vehículos, los estrellones se van acrecentando, se presentan muchísimas peleas a puño limpio, nadie quiere entender que Armero está en emergencia, hay que evacuar.  Se avecinaba una noche horrible, lo peor estaba por llegar.

Todos gritan, los pitos y sirenas aturden, en las esquinas ya nadie puede transitar, pues son tantos los carros que se han chocado, que no hay espacio para pasar, y como si fuera poco, los puñetazos de todos contra todos van en aumento. Entre tanto los niños lloran, las mamás imploran al cielo, nadie entiende que está pasando. En este momento todo el pueblo ha perdido la calma, se vivirán escenas apocalípticas. 

El tiempo apremia. Es entonces cuando muchos padres ante la perspectiva de morir, se juegan el todo por el todo y deciden bajar de sus carros y acomodar los niños más pequeños a sus hombros y tomar de la mano a los más grandecitos y emprender la huida por los ya repletos andenes. Todos buscan llegar a las colinas que circundan Armero.  Todo es un caos.  La subestación de energía eléctrica que está situada a un costado del río Lagunillas, aproximadamente a diez cuadras de Armero, es lo primero que arrasa la avalancha. 

El desorden es infernal,  y lo que faltaba: se va la luz. En la más completa oscuridad se escucha y se siente que por entre las calles corre mucha agua hedionda a azufre, que alcanza casi a las rodillas. La avenida calle Doce está a reventar, sus altos postes de concreto con sus lámparas de sodio se jalan entre sí, y como un dominó gigante  van cayendo uno a uno sobre los cientos de carros apostados en la vía. 

En medio de los gritos y alaridos de terror, se oye el estruendo y el estrépito de los vidrios rotos. Algunos conductores enloquecidos por el horror, el desespero, y ante las proporciones que estaba adquiriendo la tragedia,  toman la decisión de destrabar ese trancón monumental trepándose por los andenes, y es así como las gentes con sus carros, y en medio del espanto arrollan a muchísimas personas.  Son los primeros cientos de víctimas mortales.  

En un verdadero infierno se ha convertido nuestro Armero, el firmamento está apagado. No se ve nada, en esa oscuridad penetrante solo se escuchan alaridos de dolor. En esta noche aciaga, muchos de rodillas imploran al todo poderoso una ayuda divina. Otros maldicen.

La tierra empieza a sacudirse, se escuchan unos ruidos extraños, como si un gigante lo estuviera destruyendo todo.  Las gentes se abrazan a sus seres queridos, lloran del desespero.  No se ve nada.  A lo lejos se escuchan explosiones,  el cielo se ilumina por instantes, tal vez son las estaciones de gasolina que estallan.  Estas intermitentes  ráfagas de luz permiten apreciar como las personas que corren adelante van desapareciendo. 

El suelo se estremece y retumba como si muchas locomotoras se acercaran, el trepidar es atronador, a la distancia se ven unas grandes sombras de hasta 25 metros de altura, son montañas que caminan, y que con pasos de monstruo va tragando personas, casas, carros, árboles, y  todo lo que encuentra en su camino.  La muerte se ha ensañado con Armero. 

Todo es arrasado por esa mezcla de escombros y fango. Los pobladores corren aterrorizados, pero esa masa maloliente y tibia va cubriéndolo todo.  La muerte acecha, se apagan miles y miles de vidas.  Por instituto de supervivencia todos tratan de escapar a las garras de la muerte, son los minutos de terror más espantosos vividos por ser humano alguno.  

La furia de las aguas da una tregua, a los diez minutos vuelve con menos intensidad, finalmente todo para.  Gritos de heridos pidiendo auxilio se apoderan de esta noche infernal. 

Interminables quejidos de dolor se escuchan en todas direcciones.  Estaba por venir la noche más larga, y el amanecer más triste y sombrío. Había que esperar a que amaneciera para saber qué había sucedido.

Credito
FERNELLY JIMÉNEZ CORTÉS

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