Imperdonable violencia

Polidoro Villa Hernández

Hay tantas fechas conmemorativas en el calendario, que algunas que deberían ser divulgadas con especial énfasis apenas si reciben en la página interna de una publicación la caridad de un infograma, unas estadísticas y, eso sí, la correlación del problema con la afectación al PIB nacional, por qué tasar todo en dinero es lo espiritual del mundo moderno. Así, el recuerdo de lo leído dura solo un rato. Como las tiras cómicas.

Pasó esta semana con el día internacional que busca sensibilizar al machismo mundial para que cese la violencia contra la mujer: Nada de separatas, entrevistas, o conferencias en colegios y universidades. Tenemos la certeza de que el problema existe, porque sus frecuentes y trágicos efectos son exhibidos con despliegue mediático amarillista.

Hoy, este milenario maltrato parece crecer. Ojalá prevaleciera el tierno “Ni con el pétalo de una rosa”, y no el bravucón “Porque te quiero te’aporrio”. Y, si aparece algún cambio, se debe a que las mujeres ‘ya no se dejan’ y responden a la agresión: en una provincia de España un fornido varón, en carteles con foto a color, hizo públicas las heridas en labios, pómulos y ojos, galardones de un acalorado roce doméstico.

En otro sitio, una joven gritó desde un balcón que su esposo quería suicidarse. La Policía encontró al occiso -un maltratador violento cuando perdía su equipo favorito de fútbol- con tres puñaladas en la espalda. ¡El suicidio era evidente! En ocasiones, un tacón puntiagudo, siempre a mano, ‘liquida’ cualquier agresión. Nada de esto es civilizado.

Además, los roles de las parejas evolucionan: hoy es frecuente que maridos ejerzan todos los oficios domésticos, lleven los niños al colegio y a la señora al sitio de trabajo. Lo único penoso es que cuando en la noche la señora se entusiasma, él manifiesta tener ‘dolor de cintura’. Habrá muchas transformaciones en las parejas del futuro.

La violencia contra la mujer es abominable. Lo ideal sería que cada día recibiera mejor trato. Pero con todo, por estas latitudes no sufre de los vejámenes de la ley islámica.

Aquí, no existen preceptos religiosos del admirable Corán -reinterpretados y manipulados por políticos integristas opresores, que las obligue a tapar su belleza con burka o chador; no son lapidadas; ni les cortan nariz y orejas por repetidas y candorosas infidelidades; se les permite gastar el dinero de su esposo sin permiso; no tienen que bajar la mirada; no presentan test de virginidad; estudian lo que quieren, y pueden elogiarse a sí mismas. Y tampoco necesitan gritar: ¡Déjenlo que me pegue, él tiene derecho por ser mi marido!

Y ojalá los yihadistas nunca invadan a Colombia, pues si cumplen con su prioritario objetivo de matar hasta el último ‘infiel’, nuestra población quedaría diezmada. Los hombres deben refrenar sus agresiones, piensen que si se descubre el secreto de un lagarto hembra que no necesita de machos para reproducirse, el papel masculino en el siglo XXII puede ser bastante incierto.

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