¿Pilos o pillos?

Iván Ramírez Suárez

En 2007, gracias a interceptaciones telefónicas hechas por el CTI, se descubrió cómo una red de corrupción liderada por el exasesor del departamento de Cundinamarca y aspirante a la asamblea Julio Riveros, conocido como ‘Yiyo’, se apropiaba de recursos del Estado en coautoría con su exjefe, el joven gobernador Pablo Ardila. Ambos terminaron condenados.

Para la misma época en el Tolima, a raíz de una columna de mi autoría publicada en este mismo diario y que denominé ¿Y los yiyos del Tolima? (Septiembre 9 de 2007), el gobernador Fernando Osorio reconoció la existencia de actos de corrupción al interior de su administración, cometidos por quienes él mismo denominó como “Los hombres de la gaveta”. Un grupo de jóvenes profesionales que lo acompañaban en su gabinete y a quienes los medios de comunicación identificaban como “El grupo oro”.

Yiyos, hombres de la gaveta o como se les quiera llamar, son personajes que ingresan al servicio público sin tener el deber de declarar renta o ser titulares de patrimonio alguno y a corto o mediano plazo resultan como accionistas de lucrativas empresas, propietarios de lujosas viviendas, titulares de cuentas bancarias en paraísos fiscales y dueños de vehículos de media o alta gama.

Son solo ejemplos de una manida cultura que se viene apoderando poco a poco de nuestra juventud, que influenciada por la apariencia social y la maligna publicidad mediática ve la necesidad de “aprovechar el cuarto de hora” que el servicio público les brinda, para -a como dé lugar- sacar el máximo provecho económico a su transitoria estancia.

Por esto sorprende ver que jóvenes profesionales que están o han estado en cargos de dirección de la Alcaldía de Ibagué vengan siendo seriamente cuestionados por presuntos actos de corrupción. Me refiero a José Adrián Monroy, Ángela Viviana Gómez y Geovanny Lache.

El primero, fue ungido por el Alcalde como ordenador del gasto y tras una corta estadía salió a participar de la campaña electoral; la segunda, maneja a su antojo el presupuesto de la Secretaría de Cultura, Turismo y Comercio desde hace más de siete años; y, el tercero, incide y decide la contratación en Infibagué.

Los tres, de niño Dios anticipado, se dieron este año flamantes BMW. Ángela Viviana cambió la camioneta X1 que había adquirido nueva a finales de 2013 (MAN 252) por una X3 Drive 2015 (HRM 318), con costo superior a 160 millones de pesos; Lache desechó un deteriorado Renaultsito con el que ingresó por un Sedán de media gama (IGY 197), mientras que Monroy prefirió montarse en una moto deportiva de alta gama, valorada en 60 millones de pesos.

Aunque esto no prueba actuación ilegal alguna, son indicios que es difícil desatender.

Ojalá tengan soportadas explicaciones.

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