La Virgen, el perro y los mudos

Ricardo Ferro

Cuenta la fábula, que érase una vez, en un Musical Terruño, la ascensión al poder de un demócrata y humanista, el cual en sus primeros 31 días de reinado actuó de conformidad con sus convicciones de izquierda y el mandato que le otorgó mayoritaria y abrumadoramente el 16 por ciento de los súbditos.

Demostrando pluralismo y tolerancia, mandó a quitar la imagen de la Virgen María que adquirieron los moradores de Palacio con una amorosa colecta. Ordenó confinarla a la “bodega del desprecio” según un mariano indignado en el exilio, el jurista Bocanegra.

También retiró todas las estampas de fe de los demás aposentos públicos locales, ¿pensará acaso remplazarlos, invocando una visión laica, por los preclaros bustos de Petro, Piedad o Timochenko?

Exponiendo total desprendimiento, buena fe y generosidad, puso al ‘Inocente’ Juan a firmar los primeros nombramientos. Con el riesgo que por aquellos ‘Girones’ del destino, también puedan ser sus últimos.

Fiel a su espíritu animalista, y mientas salía por una puerta la Madre de Jesús, el Monarca entraba al Despacho con su perro fiel, el mismo que fue protagonista en la posesión cuando se subió a la mesa del juramento y le estiró la pata para la foto a un Notario ‘encantado’, ni más ni menos que el popular “Tino” Alvarado.

En pleno ascenso al poder, el veterano reyezuelo les hizo saber a los empleados del villorrio, a través de la radio local, que no se preocuparan por la ‘barredora’, que conservarían sus trabajos con el que llevan el pan a sus mesas. Extrañamente, y mientras el humor a cacique se percibe en varias dependencias del palacio, la pobre Amparo Astrid, servidora con fuero sindical y cuatro meses de embarazo, ha sido enviada a la calle de un solo plumazo.

Ante su (de repente) estancada popularidad, convocó a los Sabios y les pidió consejos para comunicar adecuadamente al Reino sus proyectos, ideas y realizaciones. El cónclave le dio una fórmula inédita pero efectiva: para ponerse a tono con la libertad de expresión de las Naciones que admira, debería cortar la lengua a sus primeros ministros. En adelante sería él, y solo él, quien le hablaría a los periodistas, o en su defecto daría el visto bueno a cuestionarios que por escrito elevaran los comunicadores.

Finalmente, y después de dos públicos motosos por parte del Soberano en eventos distintos, el hada madrina frotó la varita y elaboró un conjuro para evitar que por dormilón, se termine dando un “porrazo” en un foro o en una reunión. Sería gravísimo pasar a la posteridad como un soberano intolerante, dictatorial y siestero, más parecido a un Maduro desgastado, que a un Pepe Mujica justo, admirado y ecuánime, por él -y por muchos- imitado.

Comentarios