¡El cielo es tu límite!

Polidoro Villa Hernández

Volví por estos días a visitar al hijo de un amigo que sufre quebrantos de salud. Literalmente quebrantos: se quebró el cúbito y el radio del brazo derecho. Lo encontré adolorido, pero intacta la ironía que le aplica al discurso de su vida, que ha sido sólo eso, porque de trabajo, casi nada. Mejor dicho: nada.

Empacaba trabajosamente en cajas de cartón lo que otrora fueran sus bienes más preciados: docenas de releídos libros, folletos y fascículos cuyo tema central es la autoayuda, la superación personal, y algunos videos motivacionales. Destino: la basura.

Este ser, confirma eso de que las peores cosas se hacen con las mejores intenciones. Único hijo hombre, padres finqueros, dos hermanas mayores que no se casaron por cuidar a sus padres y al “bebéchito de la mamá”, y algún gen de oso perezoso en su ADN, crearon un parásito familiar. Tras cuatro semestres -en tres años- de Publicidad en Bogotá, anunció que la universidad le afectaba los nervios y que mejor regresaba “a ayudar en la finca”. El mimado, volvió a su hogar para nunca más salir.

Lo dejaron ‘descansar’ un tiempo, pero la preocupación familiar creció cuando se indignaba porque lo despertaban a las 3 de la tarde… para que desayunara. Un sacerdote amigo sugirió que para sacarlo de la abulia utilizaran recursos de la psicología, refuerzos, estímulos escritos y verbales, textos espirituales.

Recibió un torrente de obras motivacionales. Su cuarto se inundó de títulos como ‘Poder sin límites’; ‘Despertando al gigante Interior’; ‘Tus zonas erróneas’; ‘La brújula interior’. Las hermanitas, escribieron en primorosas tiras de cartulina frases como: ‘El poder está dentro de ti’; ‘El universo está contigo’; ‘Fuera el fracaso’, ‘Lánzate al futuro’ y las pegaron en las paredes y el techo de su habitación en dónde, descoloridas, aún permanecían cuando lo visité.

¡Funcionó! El tipo encontró una forma de justificar su existencia ante la familia que lo mantenía gratis y le compraba libros: Leyó día y noche, año tras año. Adoptó aires de ‘pensador’, de ermitaño bien atendido, e inteligente interlocutor con las pocas personas que lo visitamos. La familia, se resignó.

Como tenemos mucha confianza, le pregunté extrañado por qué botaba tantos libros que lo rescataron de su letargo y le abrieron una dimensión intelectual y espiritual en su vida. Me confesó sin titubear: -¡Me los sé de memoria! Mira, es que a mí jamás me preguntaron qué era lo que quería. Para no herir a mis padres nunca pegué el cartel que mejor me definía: “El que no quiere no puede.”

Le señalé en el techo un cartel: “El cielo es tu límite”, y le recordé que la familia le había puesto una meta muy alta. Me replicó sarcástico: -Aquí, acostado en la cama, siempre pensé que el cielo al que se referían era el cielorraso.

Los mexicanos tienen una frase potenciadora no tan elaborada, que dicen los flagela, pero los obliga a reflexionar: “Mexicano, tú puedes: no eres más pendejo porque no quieres.”

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