La cultura y la dignificación de la política

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Hay dos temas ni siquiera mencionados en los diálogos entre el gobierno y los insurgentes. La riqueza espiritual, el pasado histórico acumulado y la manera de vivir de los pueblos. Es necesario conocer las raíces de nuestra nacionalidad.

Esto debería ser lo primero a tener en cuenta en un proceso que busca la conciliación entre los miembros de una comunidad que ha padecido más de medio siglo de violencia. Pero esa huella indeleble que nos define como colombianos fue ignorada por quienes negocian en La Habana. Y hasta el Ministerio de Cultura omitió cualquier pronunciamiento al respecto.

Otro tema ignorado y necesario de tratar es la dignificación de la política. Suficiente una corta mirada al panorama para justificar el que sea tenido en cuenta: vulgares criminales con poder político que saltan de un alto cargo oficial a otro, parlamentarios vinculados a negociados y a grupos violentos que incrementan su poder local, regional y nacional, una comisión de acusaciones del congreso que no ha pasado de ser protectora de la impunidad, una Fiscalía y una Procuraduría politizadas, miembros de las cortes, elegidos con palancas políticas, altos ejecutivos del gobierno que se pasean de negociado en negociado (Dragacol, Reficar, Isagén, privatización del río Magdalena, Saludcoop,… …), los que saltan escondidos entre embajadas y cargos diplomáticos (Luis Camilo Osorio, el 8.000 Samper, …), de contrato a contrato, del listado de buscados al de elegibles, de fugitivos a hombres respetables de empresa, de un ente cultural a una empresa criminal.

Todo por olvidar que la política tiene por objetivo el fortalecimiento del Estado y el bienestar de sus ciudadanos, algo que obliga a pensar en un político con ética, al servicio del país y de sus ciudadanos, un buen ciudadano, que es lo que le hace falta al país.

Para ser elegido solo se requiere ser colombiano mayor de edad. Para tener éxito en la política se necesita plata, que se consigue fácilmente con las mafias. Claro que el éxito se asegura con los votos que generosamente aportan los paramilitares, las mafias y la mermelada oficial. Semejante caldo de cultivo solo puede generar violencia, injusticia, corrupción, impunidad y desgobierno. Es un grito en el cielo pidiendo dignificar la política.

Pero la política no se dignifica solamente con la letra muerta del Código Penal que sanciona al que constriñe y le hace fraude al sufragante, al que corrompe al votante, al que lo suplanta y realiza tantas otras formas que atentan contra la participación democrática. Es necesario que haya justicia, que cese la impunidad.

Tampoco se dignifica la política solamente con normas que hablan del Peculado, del Tráfico de Influencias, del Cohecho, de la Celebración Indebida de Contratos, del Enriquecimiento Ilícito. Es necesario que de verdad se sancione a los delincuentes. Que haya justicia, que cese la impunidad.

Nada sacamos con que la Constitución Política y las Leyes establezcan una serie de inhabilidades e incompatibilidades para ejercer cargos de elección popular, o para quienes ingresan al servicio del Estado, si los interesados jamás son sancionados y en lo primero que están pensando es en cómo burlan los controles o las prohibiciones. Que haya justicia, que cese la impunidad.

Aquí se hace necesario una reingeniería a fondo que involucre de manera muy importante el tema de la educación y la formación de las generaciones que van tomando las riendas del país, para que no tengan como norte hacer dinero como sea, incluyendo el ejercicio de la política.

El ejercicio de la política debe ser un honor para los ciudadanos, quienes deben estar dispuestos a dar lo mejor de sí, con una verdadera vocación de servicio a la comunidad. El ejercicio de la Política debe ser un autentico apostolado.

Ñapas:

1.-Al melómano le encantaban los conciertos, especialmente el concierto para delinquir

2.-Muy recordado un escritor de cuentos cortos y uñas largas que se fue para España, no a escribir, sino a prescribir

3.-Ni´an se sabe qué hacer con el Panóptico, la antigua universidad de la Décima, pero hay una propuesta: entregarle su administración a sus egresados, liderados por quien allí se graduó como periodista e historiador gracias a una beca de Bonilla Hernández.

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