Que no nos enreden

Rodrigo López Oviedo

No se necesita ser muy reflexivo en la lectura del acuerdo sobre víctimas a que se ha llegado en La Habana para comprender el profundo compromiso que allí han establecido el Gobierno y las Farc en los campos de la verdad, la justicia, la reparación y la garantía de no repetición, al igual que en la promoción y respeto de los derechos humanos.

Tampoco se necesitan muchos dedos de frente para advertir que los beneficiados con esos acuerdos son las personas que resultaron afectadas por el conflicto, no importa la cuantía de las afectaciones ni la naturaleza de los infractores.

Esto significa que si todo termina en la firma del acuerdo de paz, son las Farc, el Gobierno y los particulares que hayan intervenido directa o indirectamente en el conflicto los que, al alimón, tengan que intervenir a favor de las víctimas con los beneficios anotados.

Con la inclusión del comandante guerrillero Hernán Darío Velásquez ‘El Paisa’, en las conversaciones de la Habana, pareciera que los grandes medios de comunicación no hubieran tenido nunca en sus manos el texto del acuerdo mencionado, pues no de otra manera se explica el escándalo que han levantado con esta designación.

Al momento, han salido a la luz pública los peores epítetos hacia el recién incorporado. En Caracol, Darío Arismendi lo califica de “lo peor”. Al diario El Espectador se le atascan en la memoria los recuerdos de El Nogal y El Billar; Diego Turbay Cote y los 12 diputados del Valle del Cauca; el secuestro del avión de Aires, Jorge Eduardo Gechem e incluso varios atentados contra Álvaro Uribe, hechos todos de los cuales se atribuye su autoría a este jefe guerrillero.

Por supuesto, que lo que importa no es la imagen de ‘El Paisa’, sino deslegitimar su presencia como negociador en La Habana y, de paso, seguir atravesándole vacas muertas al camino hacia la paz.

De no ser así, deberían hacer también recuento de los hechos criminales que se le atribuyen al hoy senador del poncho y el perrero cuando vivía en el “Palacio de Nari”.

Resulta curioso que esa presencia que hoy cuestiona la derecha hubiera sido mostrada como prueba de la división de las Farc cuando era una ausencia.

De allí la importancia de que no nos dejemos desorientar y que entendamos que el conflicto, y muy especialmente aquello de que “nada está acordado hasta que todo no esté acordado”, se ha convertido en el pretexto mágico de parte del Gobierno para sentirse eximido de echar a andar el conjunto de reivindicaciones sociales que se hayan contenidas en lo que se ha acordado hasta el presente.

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