La voz de la delincuencia

José Javier Capera Figueroa

No suena raro observar la juventud sumida en un abismo de incertidumbre, malestar y una larga decadencia a la hora de materializar sus ideas y sueños en esta vida. Encontrarse en la paradoja de una larga tradición de jóvenes sumidos en la desgracia de las drogas, la violencia, la sevicia y la impotencia por realizarse como seres humanos, un círculo que sólo genera sufrimiento y dolor para los mismos. Por una parte, se observa una juventud que sale a las calles, manifiestan sus ideas, gritan, luchan y caminan las losas sin rumbo aunque implique un reflejo de la crisis de la sociedad mercantilizada.

Por otra parte, es el reflejo interior de nuestra sociedad criolla pero opulenta, pensada para unos pocos e impuesta para todos o quién de ellos deseó nacer en la pobreza, la marginación, el silencio de las drogas y el grito de la violencia. Ambos, escenarios que atentan y destruyen lo más preciado en el mundo la propia vida.

Si me hubieran preguntado ¿Quieres nacer en la violencia? Respondería una y mil veces que no, decía aquel joven en medio de su llanto y confusión por su comportamiento, por supuesto, como no comprender aquel rostro que ha vivido su infancia en la calles, reciclando, cargando escombros y tapizando las paredes, es la historia de muchos jóvenes que sus días son contados, sus noches reprimidas y su pensamiento claudicado. Es la realidad de esos vagabundos que recorren la vida en medio de la impotencia por ser delincuentes, por hacerle caso al crimen, por contribuir a la profanación de la condición humana y ser máquinas de la violencia estructural y la lógica de un sistema excluyente, dominante y visceral: el capitalismo.

Quisiera no seguir aquellas palabras antes de cerrar los ojos y ver con tanta vileza la sociedad entera que narraba Juan en su triste testimonio, claro su presente es resultado de la larga carrera en el mundo de la delincuencia, la ley de ojo por ojo y diente por diente. Es el producto de silenciar sus oídos y callar su voz sin haber descubierto su libertad antes de realizarse como ser humano.

Las horas transcurrían y las versiones seguían, unos miraban a sus alrededores y otros seguían con temor contando sus vivencias. Sin razones claras, otros asumían cobardemente su condición delincuencial y en su propio lenguaje de la pobreza argumentaban que el error de ser héroe de una noche o villano de toda la vida. El motivo más importante “Por la cucha hago lo que sea, hasta matar si es necesario” así esto implique pagar por largo tiempo la pena en un cárcel o hasta con la propia vida.

Parte de esto contiene la historia de Colombia, un país que sueña con un acuerdo de paz, un diálogo entre iguales, la posibilidad de realizar escenarios pacíficos donde se logre convivir y aportarle al desarrollo de las regiones. No por ello, se puede desconocer la historia de Juan y una serie de jóvenes que pertenecen a círculos, redes y grupos que sólo contribuyen a la violencia, el terror y la miseria que afectan tan contundentemente a todos, pero alguno de forma más compleja.

La noche fue llegando y tal como se esperaba estas aves deben salir a la calle, buscar el “pan de cada día, no da espera la necesidad y mucho más si es la mama”. Es elemental, la crisis civilizatoria de estos tiempos destruye los sueños y la esperanza de aquellos que han sufrido el sonido de la guerra y el dolor de la muerte. Ya bien lo mencionaban aquellos jóvenes en sus charla amenas conmigo: “Dios perdona hasta lo más imperdonable” y si “Hoy no me lo llevo de seguro mañana él me llevará”, no es mi problema pero la vida es para eso “Unos deben morir y otros deben reinar en este mundo de la delincuencia”.

Apéndice: Estimado Señor presidente se que nunca leerá esta columna, no es de su interés, pero le deseo comunicar que la paz no es sólo un profundo compromiso, es la praxis de la misma y se materializa en la transformación de la vida y el respeto por la dignidad humana, sino le queda claro lo invito a leer con detenimiento esta reflexión.

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