Las equivocaciones del Sr. Presidente.

Ismael Molina

 

La última semana no ha sido afortunada para el impulso de las aspiraciones de paz del Sr. Presidente y de toda Colombia. Dos afirmaciones del Presidente Santos que han buscado apuntalar la necesidad de la paz, no solo no lo han logrado, sino que han generado diversas reacciones, casi todas adversas, mostrando una alta dosis de ingenuidad que no es la insignia que ha distinguido al buen jugador de póker que hoy ocupa el Palacio de Nariño.

La primera, realizada en el marco del Foro Económico Mundial que se realizó en Medellín, en el sentido de que si no se firma la paz, las guerrillas tienen la capacidad de escalar la guerra hasta las áreas urbanas, parece más una amenaza antes que una invocación a la finalización del conflicto.

Considero que el escenario era más propicio para hacer el recuento de lo alcanzado en los diálogos de paz, del compromiso gubernamental con los cambios que éstos implican, con la decisión de evitar que se repita la historia de la UP, con la luz al final de este largo túnel de guerra y agresión, de la necesidad de construir un Estado moderno, donde haya menos retórica y más acciones afirmativas sobre la democracia, la libertad y la lucha contra la pobreza y la desigualdades.

Pero desperdiciarlo para señalar y sobrevalorar la capacidad de fuego de las Farc, grupo que está políticamente menguado y militarmente neutralizado, parece más una exageración que una realidad y de no ser así, estaríamos ante un escenario donde el Estado se ve altamente amenazado y donde el grupo guerrillero no tiene interés alguno de firmar el acuerdo que se ha venido construyendo en los últimos cuatro años.

Es decir, Sr. Presidente, si su exageración es verdad, el acuerdo de Paz no se logrará y quien tendría razón serían los contradictores de la Paz, que siempre han sostenido la tesis de que las Farc no tiene interés real ni compromiso con ella y solo están utilizando las conversaciones para ganar tiempo y fortalecer su capacidad militar. Sr. Presidente, mesura en sus opiniones y mejor capacidad para leer el juego de los otros jugadores, que no todos quieren la paz de Colombia.

La segunda, más que una equivocación es una mentira innecesaria. Sostener que sólo la continuación de la guerra es la culpable de un incremento de impuestos y que la paz no requiere de ello, es francamente tonto. Claro que la guerra cuesta y mucho. Es un gasto que lo hemos pagado la totalidad de los colombianos con nuestros impuestos y con la destinación de ingentes recursos económicos y físicos que mucho hubiesen contribuido al desarrollo si su destinación hubiera sido otro.

Eso no implica que la Paz, en mayúscula, no tenga grandes costos. Por el contrario, requiere la destinación de recursos fiscales para reconstruir amplias zonas del país que han sido copadas por las economías ilegales y criminales que han crecido a la sombra del conflicto armado. Se necesita una política agropecuaria que restituya los derechos vulnerados de millones de campesinos colombianos, pero que al mismo tiempo promueva la transformación productiva de los mismos, elimine su pobreza e impulse la productividad y competitividad del agro colombiano, como un mecanismo para reducir las desigualdades y se generen las oportunidades para todos los afectados por este conflicto. Esta Paz, la que se construye con la gente y desde abajo, necesita recursos y, en las actuales circunstancias de restricciones fiscales, más impuestos para empezar a levantar este nuevo modelo de crecimiento y desarrollo.

Claro que decir que la Paz traerá más impuestos puede ser políticamente incorrecto ad-portas de un proceso de referendo o plebiscito, pero decir lo contrario es una actitud demagógica e irresponsable. Ud, Sr. Presidente, no se tiene que preocupar por perder capital político, pues se lo jugó todo por el proceso de Paz y muchos estamos empeñados en que éste se consolide. Ud, Sr. Presidente, con el proceso de paz busca un lugar en la historia y para ello no requiere el comportamiento de un demagogo incapaz de asumir el riego de ser un estadista.

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