Una paz sanjuanera

Ricardo Ferro

En La Habana, con bombos, platillos se suscribió entre el Gobierno y las Farc la semana anterior un documento que supuestamente acerca al país a la paz. Como consecuencia de ello, los más eufóricos trinaron una y otra vez que ese había sido el último día de guerra en Colombia. Otros despistados se atrevieron a aseverar que el emblemático Empire State en New York había sido vestido con los colores de la bandera colombiana en honor al logro y, por supuesto, no faltaron los que con sus habituales ataques a la oposición dieron muestras de “paz”.

Pero realmente ¿quiénes deben celebrar? Los 47 millones de colombianos incluidos alcaldes y gobernadores inconsultos, así como las víctimas no reparadas, pero sí sometidas a constantes shows mediáticos y revictimizadas, o los victimarios, que a estas alturas y a pesar de los informes que son de público conocimiento, insisten en no tener recursos para la reparación, mientras el Gobierno persiste en una amnistía, que puede ser denominada de diferentes maneras, pero que a la larga podría terminar en la posibilidad de que haya impunidad y, como si fuera poco, elegibilidad para personas que tienen en su contra ordenes de captura por conductas relacionadas con terrorismo, extorsión, secuestro y narcotráfico, por mencionar algunas causales.

Al mejor estilo de la célebre frase “vayan fusilando mientras llega la orden”, en La Habana las partes se pusieron de acuerdo y firmaron un documento para el cual el Gobierno realmente no tenía facultades.

Sin ningún tipo de estupor se fue reescribiendo la Constitución para acomodarla a las las circunstancias, y como si eso fuera poco, de un plumazo se redibujó la división político administrativa del país, insertando unas zonas que incluyen una peligrosa mezcla de guerrilla, armas y territorio, las cuales se van a convertir de la noche a la mañana en unas áreas vedadas para el Estado colombiano.

Así las cosas, no es extraño que varios expresidentes hayan hecho un frente común para defender la institucionalidad del país. En el mismo sentido, gran sorpresa se llevaron aquellos que han tratado de ridiculizar la recolección de firmas que se viene haciendo, cuando en una encuesta reciente se puso en evidencia que más de la mitad de los colombianos está de acuerdo con la resistencia civil.

La ciudadanía no es tonta, y no se va a dejar confundir entre lo que significa lograr la paz, y lo que hasta ahora ha demostrado ser una egocéntrica búsqueda de un mandatario para obtener el reconocimiento de la comunidad internacional a cualquier precio. ¿O es que existe una remota posibilidad de una paz duradera en un país en el que las marchas y las protestas por las condiciones socioeconómicas y los incumplimientos del Gobierno se han vuelto el pan de cada día?

Mientras en La Habana el supuesto acuerdo de paz se confunde con una pomposa celebración sanjuanera, en la cual se camina al son de bambuco, pero para no pisar la cola de tanto lagarto, en Colombia seguiremos conociendo a cuentagotas todas las concesiones que hizo el Gobierno a las Farc para obtener su firma.

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