¡Indignaos!

Santiago José Castro Agudelo

Queridos lectores. En esta ocasión quiero pedirles perdón por lo que a continuación voy a expresar, pues algunos seguramente esperan leer, un domingo, asuntos que generan alguna esperanza. Sin embargo, en ocasiones es necesario que suene un trueno, una alarma, un grito para que despertemos y entre todos busquemos dar solución a la tragedia en la que vivimos, pero que por alguna extraña razón hemos “normalizado” a tal punto que ya deja de sorprendernos.  Quienes me conocen saben que soy profundamente conservador, pero que reconozco los aportes que han hecho importantes pensadores con quienes sin duda mantengo hondas diferencias. Stéphane Hessel llamaba a indignarse después de la segunda guerra mundial y a luchar por lo que para él era la apuesta republicana que el capitalismo empezaba a dejar a la sombra. Por supuesto, yo no puedo más que compartir su llamado a la indignación, aunque por razones diferentes, pues soy un defensor a ultranza del emprendimiento, de la competencia y del libre mercado. 

Por su parte, Estanislao Zuleta, aquél hombre increíble lleno de contradicciones, que habló mucho más de lo que escribió y que pensaba mientras debatía; insistía en elogiar la dificultad e invitaba a quienes dejaban las armas a finales de la década de 1980 a iniciar una profunda reflexión, recordando que los hombres no nacen libres e iguales, pues así de pronto nacen los gorriones. Invitaba siempre a un ejercicio de pensamiento libre y se burlaba de sus compañeros comunistas que se ceñían al manual y rechazaban toda crítica. 

En Ibagué ya es hora de indignarnos. Descender de un avión en el aeropuerto Perales y tomar un taxi que debe ir hasta una glorieta lejos, solo para regresar y tomar la vía hacia lo que queda del parque deportivo es absurdo. Evidenciar una ciudad informal donde el mejor negocio es la trampa, la informalidad, la apropiación ilegal de los recursos públicos, en la que algunos políticos no tienen vergüenza en alardear de fortunas cuyo origen debe despertar el interés de las autoridades. Escuchar a los jóvenes quejarse por la falta de oportunidades, pero a su vez pedir que el gobierno les resuelva todo y que los políticos les ofrezcan contratos de prestación de servicios por hacer cualquier cosa, a cambio de unos votos que se convierten en el puñal más afilado que se clavan ellos mismos en esa “borrachera colectiva”. Sorprenderse con las quejas de algunos “empresaurios” que exigen más y más recursos del gobierno y se niegan a enfrentar la competencia y las reglas del libre mercado, acompañados de políticos que gritan que mientras gobiernen harán “lo que me dé la gana”, igualitos a Diosdado Cabello en Venezuela. Vamos mal, muy mal. 

Indignémonos, llegó el momento de exigir un cambio, de pedir que los gobiernos saquen las manos de nuestros bolsillos y nos permitan ejercer la libertad que nos niegan. De lo contrario, Ibagué seguirá acelerando hacia el abismo y estará en los titulares nacionales por asuntos que nos duelen y que reflejan la tragedia humana que unos pocos evitan reconocer.   

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