Inmerecido ocaso

Columnista Invitado

Se celebra hoy el día del padre con agasajos que el progenitor acepta con alborozo, así termine pagando todos los almuerzos, preguntándose -por la música que le dedican-, qué quiso decir Piero en su popular canción con eso de: “Yo tengo los años nuevos /Mi padre los años viejos…”. Justo es que los papás disfruten de un día de reconocimiento en su arduo trajinar antes que ‘La edad se les venga encima /sin carnaval ni comparsa…’, y sean, además de abuelitos, endebles ancianitos.

Paradójicamente, frente a la que hoy será emotiva jornada, nadie recordó que ayer se ‘celebraba’ el día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez, recordatorio que avergüenza. Tan cierto como el calentamiento global, es que cada día aparecen más ancianos en las calles, y cada vez más familias comen con la venta de bastones. Los postizos eufemismos: La edad de oro, El atardecer de la vida, La parte celestial de la existencia, ocultan la realidad del anciano cuyo deterioro mental, ¿o el paso a otra dimensión?, lo hace ver conejos, gallinas y serpientes alrededor de su cama.

La juventud actual, ávida de belleza, de perfección física y adoradora de la tecno-ciencia, usa la palabra anciano peyorativamente, y, por lo que se observa, son pocos los interesados en pedir consejo u orientación a esos sabios mayores, cuando es el Grandfather Google quién se las sabe todas… y no pide que le cambien el pañal. Y si además el anciano, por desgracia, ha perdido la chaveta y dice vulgaridades irrepetibles y da palos a quienes lo cuidan, el pilar de la familia se convierte en el “problema de la familia” con lío mayúsculo si los recursos son escasos.

Al perder la paciencia, comienza el maltrato físico o sicológico. La exclusión familiar: “Abuelo, no hable de eso que usted no sabe.”; El confinamiento: “Abuelo, no te sacamos porque está haciendo frío, (o calor)”. Visitaba con frecuencia a una persona mayor incapacitada que siempre fue irascible –faceta que heredaron sus hijos-, pero de repente comenzaron a decirme con fingida dulzura: “El abuelito no lo puede recibir porque está dormidito”. Comencé a temer que, desesperados, lo hubieran enterrado en el amplio solar de la casa. Supe después que lo mantuvieron dopado hasta su sueño final.

Si para el cercano 2050 los demógrafos estiman que habrá 2.000 millones de ancianos, con su demencia senil, artritis y chocheras, la crisis de salud pública puede lindar con el caos. Por aquí, es frecuente oír que ‘seres queridos’ del entorno de los ancianos, se las ingenian para declararlos interdictos y usufructuar o apoderarse de sus propiedades.

Los abuelos deben reverenciarse. Al censo le faltó averiguar cuántos abuelos contribuyen a la educación de sus nietos y manutención de sus hijos con su exigua pensión, en un país con alto desempleo y cara educación. Respeto y paciencia con los ancianos, que para allá vamos todos.

Columnista invitado

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