Otro golpe a la democracia

Columnista Invitado

El gobierno del general Juan José Torres implementó una diplomacia diversificada y una política de desarrollo basada en el fortalecimiento de las universidades públicas, la nacionalización de los recursos naturales y la recuperación de los salarios de los trabajadores; por eso en agosto de 1971 fue derrocado por Hugo Banzer, cuya sangrienta dictadura apoyada por Estados Unidos, suprimió los derechos civiles y militarizó los conflictos sociales.

Lo sucedido recientemente en Bolivia, evoca ciertas continuidades históricas nacionales, pero también es un retroceso en estos tiempos Al-magros para la democracia continental. Por todos lados resurgen los autoritarismos, tras más de tres décadas de transiciones democráticas que parecían dejar atrás las dictaduras que durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX se ensañaron con millares de opositores; como ocurrió con el propio general Torres asesinado cinco años después de su exiliado en Buenos Aires.

Por eso es ingenuo interpretar el golpe contra Evo Morales como una reacción social ante un presidente que quiere “eternizarse” y que paradójicamente, estuvo en el poder menos tiempo del que lleva la canciller alemana Ángela Merkel. Todo lo contrario, el golpe de mano de Carlos Mesa ex vicepresidente del inefable Goni y el cruceño Fernando Camacho, una especie de Bolsonaro boliviano, apoyados por grupos violentos que sembraron el terror en las calles con la tolerancia de las fuerzas de seguridad, marca el retorno de esa élite racista que tradicionalmente gobernó Bolivia de espaldas a las mayorías indígenas sumergiéndolas en la miseria.

Con el indígena Morales, el que era el país más pobre de la región junto a Haití, paso a destacarse por su crecimiento económico, reducción de la pobreza; responsabilidad fiscal, y un desarrollo nacional apalancado en los ingresos del gas y del litio, esencial para la producción de equipos electrónicos y vehículos eléctricos. La democracia boliviana necesitaba más democracia y no golpes de estado como los que viabilizaron los impresentables regímenes de Hernández en Honduras o Bolsonaro en Brasil.

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