Lo que está en juego el 21

Guillermo Pérez Flórez

A los colombianos nos gusta armar tormentas en vasos de agua. Por andar en esas, dejamos de buscar soluciones a los problemas que nos agobian y en ello se nos va la vida. La mayoría de las veces, casi siempre, discutimos en torno a falsos dilemas, como por ejemplo si en Colombia hay o no conflicto armado, después de sesenta años de estarnos matando y dividiendo por eso. Cuánto desgaste energético ha demandando este debate. Somos propensos a sobreactuarnos y a exagerar.

El paro convocado por las centrales obreras para el 21 de noviembre próximo tiene en ascuas al establishment, atemorizado como está por las imágenes que llegan de Ecuador y Chile. En lugar de hacer una reflexión despolitizada de lo que está sucediendo en esos países, ha recurrido al expediente de afirmar que es obra de Cuba y Venezuela para destruir la democracia, y puesto en marcha una campaña para deslegitimar la protesta. En mi opinión, están consiguiendo un efecto contrario al deseado, pues lo que podría ser “un paro más”, se ha ido creciendo hasta el punto que la Iglesia Católica le ha dado su bendición. El uribismo, presa de pánico por la derrota del 27 de octubre, terminó por convertir esa protesta en un paro contra el gobierno de Duque, al tratar de meterle miedo a la gente circulando centenares de vídeos y fotografías acomodadas para mostrar que lo de Chile es vandalismo en estado puro y que esto mismo va a suceder en Colombia. Craso error.

La democracia es por esencia deliberación. Lo peor que podría sucederle a cualquier sociedad es instalarse en la abulia, en la indiferencia o en el unanimismo, olvidándose de la naturaleza social del ser humano. El país no va bien, no nos digamos mentiras. Y no solo de ahora con este Gobierno, sino desde hace décadas. No funciona la salud, no funciona la justicia, no hay seguridad, el crimen organizado está ganando la partida en los centros urbanos, no hay carreteras ni trenes, los estudiantes reclaman mayor inversión pública, el sistema de pensiones es un fracaso – solo cotizan 8 millones de personas - la desigualdad de ingreso crece a niveles inaceptables, igual que la indigencia, la informalidad económica y la precariedad laboral. Razones para protestar ¡sobran! No le pidan a la gente resignación. Si dejásemos de salir a protestar por temor a los actos de vandalismo, ello significaría que los vándalos nos habrían robado la calle, como espacio de encuentro ciudadano. El Gobierno está en la obligación, léase bien, en la obligación de garantizar la protesta social, y eso incluye proteger de los vándalos a los ciudadanos que protestan.

Saldré a marchar principalmente por una razón: para que nadie en el futuro intente conculcar ninguno de mis derechos políticos, ni trate de asustarme con “el coco”, como si fuese un niño. La protesta es un derecho, punto. Lo que debe hacer el Gobierno es trabajar para construir una sociedad más justa e igualitaria y para esto tiene que escuchar a los ciudadanos. La vida no comienza ni termina el 21, hay que bajarle a la histeria.

Comentarios