Sobre los honorables congresistas

Rafael Aguja Sanabria

Los congresistas colombianos, en cuanto miembros del máximo cuerpo colegiado de elección popular y directa de la República, representan al pueblo y deben actuar siempre consultando la justicia y el bien común. Además, en cuanto a sus actos públicos y privados son responsables ante la sociedad en general y ante sus electores en particular, porque así lo dispone el artículo 133 de la Constitución Política vigente y, de la misma manera, este estatuto superior establece en el artículo 150 que corresponde, con carácter de máxima competencia, al Congreso de la República hacer las leyes y ejercer las funciones, que a renglón seguido enuncia concretamente esta norma.

De ahí que, dentro de este marco conceptual y jurídico, para ser senador se requiere ser colombiano de nacimiento, ciudadano en ejercicio y tener más de 30 años de edad (artículo 172) y, a su vez, para ser representante se requiere simplemente ser ciudadano en ejercicio y tener más de 25 años (artículo 177). Así pues, que cualquier persona que reúna estos requisitos puede ser congresista, así no sepa leer y escribir, ni hablar español o haber pasado por el grado de educación básica primaria.

Esta situación se ha hecho evidente con la discusión en el senado y en la cámara de las objeciones presidenciales a la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), dado que muy pocos de los congresistas saben exactamente de qué se trata, lo cual nos lleva a pregonar, una vez más que para asumir el cargo de senador o de representante, el elegido, antes de posesionarse y de juramentar el cumplimiento de la Constitución y las leyes, debería hacer un diplomado de no menos de 120 horas, repartidas así: 40 de derecho constitucional, 40 de técnica legislativa, 20 de ética y 20 de manejo práctico del idioma español.

Esto, por cuanto es posible que algunos de los honorables senadores y representantes, por las razones que sean, no se hayan tomado la molestia de adquirir un ejemplar de la Constitución Política vigente para su estudio y uso personal.

Definitivamente, los aforismos populares de nuestros abuelos de que la ignorancia es atrevida y de que en el país de los ciegos el tuerto es rey, resultan, desafortunadamente, ciertos, y de su aplicación constante y permanente se aprovechan los honorables senadores y representantes que han tenido la fortuna de pasar por la universidad y que, con sus respectivos desempeños, procuran inmerecidamente se les trate siempre de “doctores”.

Finalmente, anotamos que muchos estudiosos de la estructura del Estado y de las instituciones del mismo, procurando ser realistas, expresan que cada pueblo tiene y tendrá el Estado que se merece y nosotros, los colombianos, no somos precisamente la excepción, pues muchos de los actuales legisladores, se hicieron elegir como tales en procura de los exclusivos privilegios, que sus respectivas investiduras les proporcionan, sin que les importe el presente y el futuro de nuestra patria y ni siquiera recuerden que quienes firmaron la paz para dar por terminada la guerra de los mil días, lo hicieron al amparo del apotegma de “la patria por encima de los partidos”.

Abogado Litigante

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