El Tolima es universal, ¿lo sabíamos? (III)

Alberto Bejarano Ávila

La diáspora tolimense debe reconocerse por sus penurias físicas y emocionales que obligan la atención de un Tolima solidario, algo siempre omitido e, igual, por su innegable potencial para ayudar al progreso regional, potencial que debe ser entendido por los líderes sociales, privados y públicos que deben representar al Tolima progresista y nunca al retrogrado.
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Ésta cuestión debe conceptuarse en una visión programática de futuro, donde se reconozca que la sociedad tolimense está conformada por más de tres millones de personas (extrapolación a validar): la sociedad virtual (la diáspora) y la presencial (quienes habitamos el territorio).

Es odiosa ironía que quienes emigraron, en su gran mayoría, siempre lleven al Tolima, a sus municipios y sus terruños de origen, como talismán de recuerdos y afectos mientras que su región, sus municipios y sus terruños los olvidan, tal vez para no reconocer que el éxodo es la consecuencia de una historia de injusticia, de inequidad y de dejadez o sólo los recuerdan cuando algún suceso mediático los visibiliza; ahí sí son tolimenses evocables efímeramente, pero, salvo en la intimidad de sus hogares, es recuerdo que nada tiene que ver con teorías, saberes, estrategias y capital social exigido para construir progreso, es decir, por ingratitud, los coterráneos en la diáspora dejan de ser miembros de la tribu. ¡Qué ironía tan verraca!

El olvido y el desencuentro, como rasgos distintivos del día a día del Tolima, mal hablan de nuestro talante social, de nuestra aversión a lecturas sociológicas e históricas para entender quienes fuimos, quienes somos y quienes seremos en el mañana y, claro, de la disposición para aceptar que somos una comunidad que aún no se reconoce, no auto descubre su valía, no dialoga y no se cohesiona para empezar a construir un futuro digno para todos.

Los tolimenses residentes en el exterior y otras regiones colombianas, de manera individual u organizada, podrían conformar una eficaz “red consular” capaz de articular iniciativas con agencias de cooperación al desarrollo; planes de trasferencia de conocimiento, experiencias y tecnologías; acuerdos para explorar oportunidades de mercados y negocios; convenios de gestión ante organismos multilaterales para atender programas de infancia, educación etc.; métodos para construir ideas para el emprendimiento; acuerdos para posicionar la imagen del Tolima. En fin, la diáspora puede ser un gran “aliado estratégico” del desarrollo regional.

Por ser vivencia personal, suelo describir un ejemplo de cómo la diáspora no olvida su tierra: hace pocos años algunos ibaguereños emigrantes, arribaron a Vitoria-Gasteiz (“País Vasco”, España) y, ya estables, crearon la Asociación Colombia-Euskadi para ayudarse entre sí, a sus familias y a sus barrios de origen en Ibagué y por fortuna encontraron en el Ayuntamiento de Vitoria (municipio) y otras entidades, el respeto debido a quienes se ven forzados a partir de regiones pobres y la sincera cooperación que permite que al Tolima lleguen significativos recursos de ayuda al desarrollo. ¿Lo sabían aquellos que tanto hablan de universalidad?

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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