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Como puedo equivocarme, tal vez alguien quiera demostrar que el Tolima sí ha progresado. Espero oírlo, pero si ello no es demostrado, entonces los tolimenses tendríamos que asumir el examen del porqué el sucesivo fracaso de las ideas y la voluntad de muchas generaciones. Como arras para el hipotético examen invito a recordar que el ser humano es infatigable en la búsqueda de respuestas y la creación de soluciones y de ahí los avances reales de muchos pueblos, virtud ésta que en el Tolima pudo atrofiarse por una invasiva patología que altera las coordenadas del progreso y así impide encontrar soluciones eficaces y sostenibles.
Es innegable que la idiosincrasia humanista, dialogante y cooperativa propia de las gentes de antaño, mutó en personalismo y éste erigió el imperio de la verborrea que usa lo social, lo económico y lo político como pretexto moral para lograr fines muchas veces inmorales y de ahí, insisto, la paradoja de que quienes prometen progreso sean, a veces, quienes causan el atraso. Con fábulas de corto plazo nublamos la visión del largo plazo, en vez de estrategias de cambio que inviten a la cohesión apelamos a estériles teorías utilitarias y de razones para la división y la tirria y así nos autocastigamos a padecer, como Sísifo, “la tortura de una vida sin sentido” que nos sumerge en la mediocridad y sin saber hasta cuándo.
El insano protagonismo tolimense parece cosa de locos con escopetas de perdigones que apuntan a ninguna parte y así jamás podremos concertar una visión estratégica colectiva. ¿Por qué la cáustica patología convirtió nuestro diálogo cotidiano en “Torre de Babel”? Una cita de Pieter Bruegel, el viejo, ayudará: … “he aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua y siendo este el principio de sus empresas nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje, de modo que no se entiendan los con los otros”. ¡Y lo lograron!
Verbo a tutiplén y nada concluyente, coherente y convincente para el 2021. Muchos dicen que el 2020 se perdió por razones del Covid-19, como si los años anteriores no se hubieran perdido también y ello porque el protagonismo personalista hizo perder fuerza a la palabra, nos hace buscar donde no hay, convirtió el liderazgo en marrullería y, así, nunca hallaremos la punta del ovillo. Soluciones hay, pero en una “Torre de Babel” es imposible plantearlas.
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