La infame parodia

Alberto Bejarano Ávila

Como todos los días se repiten las mismas torpezas, los mismos lugares comunes y el mismo vacío, ilegítimo y nocivo raciocinio político, mal haría yo en no insistir en que el único camino que tiene el Tolima para lograr el desarrollo es la regionalidad, desafío imposible de cumplir con la pantomima reinante y sí con un nuevo modelo mental basado en la tesis endogenista o relación sujeto-objeto. El Tolima sólo cambiará con ideas disruptivas y otra lucha política.
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Ni siquiera me permito dudar que la inmensa mayoría de tolimenses de nación o adopción desea que la región salga del letargo y empiece a ser próspera y por ello deben surgir pronto signos de cambio y esperanza. Tanto fracaso causa decepción y pérdida de fe en los líderes y, algo peor, la propensión, digamos que maquinal, del intelectual regional a mirar hacia otro lado para ejercer el rol de “arregla mundos” y así evadir el análisis de causalidad de los viejos y propios problemas. Creo nadie dudará que sin ideas renovadoras y acciones consecuentes el Tolima se condena a perpetuar su estado de postración moral, ética y económica.

Esta reflexión viene a cuento porque es evidente que, ante el creciente agravamiento de los problemas, la reacción es paliativa: censurar funcionarios públicos, pedir renuncias, revocar mandatos y más reacciones que en nada se diferencian del pasado, o sea de la tirantez entre quienes tienen el poder y quienes quieren el poder para seguir con lo mismo, pero no surge, como sustituto, la visión sistémica, el pensamiento estratégico y la acción renovadora para reanimar la confianza y la esperanza. Ya había expresado estar de acuerdo en que la gestión pública es mediocre, pero no en que la reacción rotule sólo a mandatarios de turno, pues la mediocridad no es nueva y por ello la reacción debe ser transformadora y jamás oportunista.

Los gobiernos y los políticos de hoy no crearon los graves problemas que hoy sufrimos, pero sí los empeoran. Desempleo, informalidad, vías deterioradas, servicios públicos deficientes, marginalidad urbana y rural, pobrezas, violencias, corrupción, inseguridad, semáforos locos, depresión económica, pequeñez empresarial, etc., son problemas viejos y crecientes y por tanto lo que debemos enjuiciar y derogar no es propiamente un mandato sino el desafuero clientelista creado por el Frente Nacional y perfeccionado en el Tolima, pues de no hacerlo, la mediocridad continuará siendo la impronta y no emergerá una democracia regional con ideas, ética y visión estratégica sistémica para potenciar la voluntad colectiva.

Sabiendo que la franqueza a muchos disgustará, es necesario insistir en la necesidad de una extendida autocrítica, no solo para reconocer que la inteligencia regional siempre se va por las ramas y no enfrenta decididamente las causas de los problemas del Tolima, sino también para entender que la culpa no sólo es del otro sino de todos nosotros, pues si bien existe la mala intención, igual la buena intención peca por contemporizar y no combatir con ideas y acciones la infame parodia que por tantos años viene causándole graves daños al Tolima.

 

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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