Expectativa y escepticismo

Alberto Bejarano Ávila

Con crueldad la pandemia reveló que Colombia está a “años luz” de la excelencia en gestión de salud pública, en investigación clínica y en infraestructura hospitalaria, rezago causante de la ineficiencia del país ante el Covid-19; también el estallido social desnudó la indignación y el rechazo de la juventud por los inhumanos efectos de ser el nuestro uno de los estados más desiguales, peligrosos y corruptos del mundo. Sólo un retrógrado negará que las causas de tanta evidencia de atraso radican en el obsceno concubinato de politiquería y plutocracia que, desde hace muchas décadas, pusieron las riquezas de los colombianos a su servicio y así desataron las miserias que hoy padecemos.
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¿Después del Covid-19 y el estallido social que viene? Intensa es mi expectativa sobre cómo actuaremos en las próximas elecciones nacionales y tolimenses, pues el dilema oscila entre profundos cambios en la conducción político-gubernamental del país y del Tolima o que “las aguas se calmen” y todo siga igual. Siguiendo la disciplina de contextualizar territorialmente el orden y prioridades del deber ciudadano para reconstruir el desastre causado, señalaría que en lo nacional hay atisbos claros de qué podría ocurrir y, sin duda, estoy presto a terciar por el quiebre total, pero lo mismo no puede decirse del Tolima, donde la indignación podría diluirse para permitir la continuidad de la mediocre, ineficiente y populista politiquería que desde los años 80 se enquistó y no permite siquiera un respiro de progreso.

Es irónica la queja por la ineptitud de los gobernantes sin queja contra el autoritarismo de quienes los escogen (porque no es la democracia) para extender sus hegemonías. Tal vez la queja contra el gobernante dé rédito electoral o imagen y la queja contra su patrón condene al ninguneo o cause temor y, si así fuere, entonces sería la levedad ideológica y la poquedad lo que impide que surjan ideas, acuerdos, líderes legítimos y acciones para el cambio. Difícil es creer que un tolimense no tenga certeza (tal vez no las pruebas) de que la corrupción se desbocó y que, por ello, todos deberíamos saber por dónde empezar a combatir la sordidez que pervirtió la democracia y la cultura política y así empezar la transformación del Tolima.

Admitir y sobrellevar la politiquería o producir un quiebre total es la histórica disyuntiva que hoy deben enfrentar los líderes sociales y económicos del Tolima, pues ellos bien saben que la política es el punto nodal de las dinámicas del desarrollo y saben, como todos lo sabemos, que la politiquería nos invadió y que ese azote lo encarnan varones electorales variopintos que, sin ideas, honradez y voluntad de cambio, se rotan el poder para provecho propio. 

¿Qué ocurrirá políticamente en el Tolima? Esa es la expectativa. De renovación nada vemos, pero ya lanzan personajillos para las próximas elecciones y eso no es serio; luego vendrá el discurso efectista, la compra de conciencias y votos y más años de atraso, porque, para qué engañarnos, mientras no cambiemos la politiquería por política, el Tolima “no resucitará”.

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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