Las firmas: ¿engaño a los electores y al país?

Alfonso Gómez Méndez

Hace casi veinte años fui a Madrid a visitar a mi hija Rosita, quien entonces cursaba una maestría en Derechos Fundamentales en la Universidad Carlos III. En ese momento había un gran debate público por cuenta de dos jóvenes políticas, equivalentes aquí a concejales, que se habían pasado del PSOE al Partido Popular o viceversa. Como dicen los jóvenes, fueron objeto de “bullying” por “volteadas”. A donde fueran, restaurantes, bares o salas de cine, todo el mundo las insultaba llamándolas “tránsfugas”. Para librarse de los ataques resolvieron usar pelucas. Pensé entonces que si algo parecido ocurriera en Colombia, donde el transfuguismo descarado se volvió costumbre sin reproche, se dispararía la economía por la gran demanda de “peluquines”.
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Pienso igual ahora, pero en relación a la costumbre de estar buscando firmas para sacarle el quite a lealtades partidistas, y con ello candidaturas a alcaldías, gobernaciones, parlamento y hasta para la Presidencia de la República. 

Cuando los Constituyentes del 91, tal vez sin proponérselo, acabaron con el bipartidismo y con los partidos, idearon el mecanismo de las firmas para que los ciudadanos pudieran presentarse a elecciones populares como independientes, huyendo así de la tiranía del bolígrafo de los directivos, jamás se imaginaron que ese mecanismo acabaría convertido en la mejor forma de engañar a los votantes. 

Nada más en las últimas elecciones varios candidatos fueron “avalados” por firmas, cuando en realidad tenían detrás el apoyo de varios partidos tradicionales, o incluso de todos. Hemos visto en el pasado a políticos de amplísima trayectoria electoral o burocrática que de la noche a la mañana se presentan como “independientes” y deciden, eso sí sin desmontar añejas maquinarias clientelistas, dedicarse a la recolección de firmas. Todo con la falsa intención de mostrarse como “outsiders” del establecimiento al que han pertenecido siempre. 

Otra expresión de ese fenómeno es presentarse como profesores -cosa que no hicieron López Michelsen, Carlos Lleras, Abadía Méndez ni José Vicente Concha- bajo el entendido de que así no los mirarían como lo que realmente son: políticos en trance de ser elegidos. Con el “gancho” de la anti política en alcaldías y gobernaciones han sido elegidos sacerdotes, pastores, profesores, periodistas, locutores deportivos y “cívicos”, actores, casi siempre con pésimos resultados administrativos.

Pero volviendo a los candidatos por firmas, surgen alrededor del fenómeno otros engaños. Tienen que contratar “recolectores” en las calles con unos costos que no pueden controlarse. La gente acaba firmando por acoso, por salir del paso, o por hacerle el favor al muchacho o muchacha que le dice que de esto depende ganarse unos pesos al día. No es fácil controlar si una misma firma se multiplica para varias candidaturas.

Si nos atenemos a los que hasta ahora han anunciado que se irán por firmas -casi todos ellos ciudadanos sin mácula y políticos curtidos- estaríamos pensando para la elección presidencial en varios millones de firmas. 

Para citar sólo algunos, el excepcionalmente inteligente Roy Barreras -ahora que está de moda el fútbol- ha sido fichado en el pasado por varios partidos. Juan Carlos Echeverry, hombre culto y con experiencia en el manejo de la cosa pública, hasta ayer no más era presentado como una de las figuras del Partido Conservador. Para nadie es un secreto que el rector de la Universidad de los Andes y eficaz ministro de Salud de Santos, Alejandro Gaviria, es el candidato del Partido Liberal que representa César Gaviria. Sin embargo, iría con firmas con el apoyo de ese sector del liberalismo. ¿Por qué no asumen ellos su condición partidista? Aquí hubo verdaderas disidencias sin necesidad de firmas y quienes las encabezaron no ocultaron su militancia: Gaitán, Rojas Pinilla, López Michelsen y Galán. ¿No es un engaño a los electores que personas como Mockus o Fajardo se hayan presentado a elecciones en nombre de los indígenas y otros lo hayan hecho por los afros?

Nada de esto se podrá cambiar para estas elecciones. ¿Pero a partir de 2022 no podríamos tratar de volver a enseriar la política?

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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