El presidente Barco

Alfonso Gómez Méndez

Con distintos actos en Bogotá y Cúcuta se conmemora esta semana el centenario del nacimiento de Virgilio Barco Vargas, presidente de Colombia entre 1986 y 1990. 
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Su figura no corresponde a la del tradicional político colombiano. No fue un agitador de masas como Jorge Eliécer Gaitán. Tampoco fue un promesero ni se dedicó a armar clientela para ascender a la jefatura del Estado. Tenía la apariencia de un profesor de universidad americana, en donde se formó. Como dirían los jóvenes ahora, no fue un “hablador de carreta” sino un hombre de rigor en la exposición y desarrollo de las ideas. Su disciplina lo llevó a conocer, como pocos, los principales problemas del país.  

Eso sí, fue un político de partido, y vivió la violencia en su departamento de Norte de Santander. 

Fue un tecnócrata, pero a la vez contaba con una formación política muy sólida y una gran sensibilidad social, expresada fundamentalmente en su preocupación por superar la pobreza de sus conciudadanos con programas bandera como el Plan Nacional de Rehabilitación, y el de la lucha contra la pobreza absoluta. 

Perteneció a una generación brillante conocida como “la del 47”, e hizo todo el “curso” para ser presidente. En ese año llegaron a la Cámara de Representantes muchos de los cuales merecieron el solio de Bolívar: Otto Morales Benítez, Hernando Aguádelo Villa, Augusto y Abdón Espinosa Valderrama, Hernando Durán Dussan, entre otros. 

No se “aspiraba” a la presidencia con tanta facilidad como ahora, cuando para utilizar la expresión Caribe, muchos creen que “el mango está bajito”. 

Superada la etapa de la violencia con el Frente Nacional, fue ministro varias veces. Como Alcalde Mayor de Bogotá, designado por Carlos Lleras, comenzó la modernización de la Capital de la República. En ese cargo, que nunca utilizó como trampolín -fue burgomaestre en 1968 y presidente en 1986- demostró sus capacidades como administrador y ejecutor. 

Por su trayectoria y sus convicciones liberales que nunca abandonó ni traicionó, estaba llamado a ocupar la jefatura del Estado. Con su habitual agudeza, y en momentos de dificultades para el partido y para el país, López reafirmó la candidatura Barco con su recordada frase: “¿si no es Barco quien”? Su triunfó frente a Álvaro Gómez fue arrollador y en términos comparativos, consiguió la mayor votación liberal de la historia.  

El pueblo liberal se compenetró con su pensamiento, y respondió a su llamado a la reconquista del poder con un discurso moderno y un sólido programa de gobierno. Como demócrata entendió que había que superar la camisa de fuerza del Frente Nacional y facilitó el ejercicio de la oposición. Es lo que debe pasar en cualquier democracia, que existan partidos de gobierno y de oposición. Asumió el riesgo y tuvo que padecer una oposición despiadada del conservatismo.  

Ese eje axial de su política fue pronto abandonado y se volvió a la repartija entre los partidos, que muchas veces no buscan un puesto en la historia sino puestos en la burocracia. Ese abandono, unido al error de la Constitución del 91 de acabar con los partidos, tiene hoy al país en una situación de incertidumbre política. 

Respetó la posición disidente de Luis Carlos Galán. Facilitó el accionar político de la Unión Patriótica, partido surgido de los acuerdos de paz, y sufrió mucho con el exterminio perpetrado por sectores de extrema derecha. Firmó la paz con el M19. 

Fue un Presidente valiente. Afrontó la lucha contra el narcoterrorismo como ningún otro. Cuando en discutible fallo la Corte Suprema tumbó el tratado de extradición que él había negociado como Embajador, se dio la pela por restablecerla por la vía administrativa. Prefirió hundir una gran reforma constitucional que él impulsó antes que ceder a la presión de los narcotraficantes para tumbarla. Además, expidió las primeras normas para extinguir los bienes a los narcos y para llevarlos a la cárcel por enriquecimiento ilícito. 

En el periodo siguiente se cambió la confrontación por la negociación. 

Las nuevas generaciones mucho tienen que aprender del periplo vital y político de este gran colombiano nacido hace cien años.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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