¿Baile de máscaras?

Alfonso Gómez Méndez

Más allá de las dudas sobre su origen, entre estas lo que ocurrió con el espinoso tema de la extradición, resulta irrefutable que la parte dogmática de la Constitución de 1991 -es decir la de los principios y enunciados generales y la llamada carta de derechos- es inexpugnable.
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Las fallas conocidas quedarán ya para el análisis de los historiadores. Pero lo único que puede esperarse, si algún día se llegase a aplicar plenamente la Carta Magna, es que Colombia se convierta en un país justo, incluyente y con igualdad de oportunidades. 

Pero en su parte orgánica, que se ocupa de la estructura del Estado, en términos generales ha sido un absoluto fracaso. Basta con ver la altísima percepción negativa que hoy tienen los ciudadanos del Congreso, del Ejecutivo o de las llamadas altas cortes, hoy integradas por más de 140 magistrados, cuando en 1990 no teníamos más de cincuenta. 

En el marco de este curioso proceso electoral, tal vez la falencia que más se hace evidente es la de haber acabado con los partidos. Para los ciudadanos la confusión es total. Las firmas, por ejemplo, un mecanismo que fue pensado para darle participación a quienes no tenían el respaldo de una organización electoral, se han convertido en una verdadera burla a los electores. Curtidos políticos que llevan toda la vida beneficiándose de las maquinarias, quieren ser vistos como “outsiders”. Una misma persona puede firmarle a los más de treinta candidatos lo que significa que no están mostrando una verdadera opción electoral. 

La compra de votos se anticipa con la “compra de firmas”. En ese combo encontramos de todo: exministros, exgobernadores, exalcaldes, exparlamentarios y uno que otro “exinvestigado”. Con eso, además, se le hace trampa a la norma que regula los topes de gasto en las campañas. 

¡Y qué decir de la “feria de los avales”! Muchos de ellos son entregados por simples entelequias jurídicas sin soporte político real. Unos usan a los indígenas, otros a los afros, o acuden a las personerías jurídicas de un conjunto de siglas que, tal vez con la excepción del Nuevo Liberalismo, nunca tuvieron sustento real en la política colombiana. 

Es curioso. Pero, cuando no estaban tan reglamentados, en el país teníamos partidos políticos de verdad. A falta de partidos serios, aparecen simples construcciones verbales. Unas ingeniosas, otras no tanto. Un día es la Coalición de la Esperanza, integrada en su gran mayoría por respetables caballeros -y una que otra dama- con intensa figuración política en el pasado. 

Está también la de la “experiencia”, que entre líneas trata de afirmar que los demás no la tienen, como si del otro lado estuvieran un enjambre de imberbes. Tal vez por eso se cambiaron el nombre y se pusieron Equipo Colombia. No adoptaron el de “Alas Equipo Colombia”, exitosa organización electoral reciente dirigida por Luis Alfredo Ramos y Álvaro Araujo Castro, tal vez por temor a una eventual demanda por plagio político, tema que hoy está muy de moda. 

No se sabe a ciencia cierta cuál es la “esperanza” de la que hablan estos personajes. No todos, pero casi todos, son viejos conocidos de la política electoral. Han participado, para citar algunos casos, en los gobiernos de Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos. Los integrantes de esas heterogéneas coaliciones tienen razón en el sentido de que el país está hastiado de la politiquería, el reparto o recepción de puestos y contratos, la corrupción política y el abuso del poder. Pero muchos de ellos no han sido ajenos a dichos fenómenos. 

La pandemia del COVID-19 nos ha hecho pensar en la virtud de las vacunas. He recordado que en mis épocas de niño en Chaparral nos vacunaban contra el sarampión, la viruela o la tos ferina. El principio entonces era inyectar el virus para que el organismo creara defensas.

Para combatir los males de la democracia que hemos señalado, estas coaliciones podrían cumplir el papel de vacuna ya que buena parte de sus integrantes los han portado. Así la nueva Colombia crearía los anticuerpos.

Como se cambian los papeles con tanta facilidad, y mientras a futuro se enseria la política –campañas cortas, partidos con programas claramente delimitados, responsabilidades políticas- divirtámonos por ahora con el “baile de las máscaras”. 

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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