Liberalismo en el futuro

Alfonso Gómez Méndez

En este debate electoral y en medio del justificado desprestigio de los partidos, entre ellos el Liberal, un joven menor de cuarenta años puede pensar que esta colectividad no es otra cosa que una asociación de manzanillos, sin principios, sometida a la dictadura de una familia, empeñada en acomodarse a todos los gobiernos, y cada vez con menos peso específico en el escenario nacional. Sin embargo, es bueno que las generaciones nuevas conozcan que esa caricatura no es el liberalismo, que en momentos de nuestra historia ha jalonado los cambios más importantes en la Nación.
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En el siglo XIX fue el partido integrado por jóvenes talentosos, idealistas y decididos que en la Constitución de Rionegro de 1863, logró durante 22 años un sistema federal, que estableció un régimen de libertades públicas sin igual, abolió la pena de muerte, desarrolló el país en temas como los ferrocarriles y las comunicaciones, instauró al ahora alabado bloque de constitucionalidad, limitó el presidencialismo, no permitió la reelección inmediata, y llegó hasta instaurar el voto de la mujer en la provincia de Vélez.

Después de los 45 años de hegemonía conservadora, resurgió en el año 30 con Enrique Olaya Herrera y con López Pumarejo, abanderó la revolución en marcha que le dio un vuelco total a las instituciones retardatarias de la Constitución del 86. Fue además en cierta forma una revolución de jóvenes: Lleras Camargo, Echandía, Antonio Rocha y Jorge Soto del Corral, apenas frisaban los treinta años cuando asumieron puestos de mando en el Estado. Lleras Camargo fue presidente por un año cuando apenas cumplía 39. La reforma constitucional de 1936 fue el más audaz de los cambios institucionales en el siglo XX.

Consagró nada menos que el Estado Social de Derecho, la función social de la propiedad, el intervencionismo del Estado para racionalizar la producción, distribución y consumo de la riqueza, el derecho de huelga y una amplia lista de conquistas sociales revolucionarias para la época.

Con el disidente Jorge Eliécer Gaitán, tenía asegurada la presidencia en 1950.

Como partido fue perseguido durante las dictaduras civil y militar entre 1950 y 1958.

El Frente Nacional, a pesar de ser un pacto de impunidad política, puso fin a la violencia partidista pero anquilosó los partidos, entre ellos, el Liberal. Se vio envuelto en tolerancia en casos de violaciones a los Derechos Humanos y en episodios de corrupción.

El llamado proceso 8000, que en verdad afectó a miembros de todos los partidos por haber recibido para sus campañas al Congreso financiación del Cartel de Cali, comprometió principalmente al liberalismo con la fórmula Samper-De la Calle, en las elecciones presidenciales del 94. Con todo y eso después de la inconstitucional revocatoria del Congreso en 1991, el liberalismo mantuvo sus mayorías en Senado y Cámara. A la dirección actual del partido le parece una “proeza” tener 14 de 102 senadores y 34 de 160 representantes.

En 1998, Horacio Serpa alcanzó más de cinco millones de votos a pesar de que un grupo le armó Cambio Radical para atravesársele. Ahí comenzó la debacle. En el 2002, bajó a tres millones y medio frente a la avalancha del “fenómeno” Uribe, quien al igual que Pastrana había recibido un batallón de liberales “lentejos”.

Pero se acentuó cuando en el 2005, en equivocada decisión de Samper y del propio Serpa, le entregaron el partido a Gaviria con la esperanza de que los resultados mejorarán. Con ese nuevo “jefe”, Serpa fue superado -casi doblado- por Carlos Gaviria, y apenas llegó a algo más de un millón y medio de votos.

Frente a esa derrota el jefe no se dio por aludido. Tampoco cuando en el 2010, con su candidato Pardo, casi se pierde la personería. Ni en el 2018 cuando su candidato De la Calle -que llegó a serlo después de una consulta con Cristo que costó cuarenta mil millones- escasamente superó los cuatrocientos mil votos. Cómo será la crisis, que hoy De la Calle es candidato al Senado y no a la Presidencia, no en nombre del liberalismo sino de un partido “verde”.

Pasadas estas elecciones, y cuando el péndulo vuelva a los partidos, el liberalismo puede resurgir pero con directivas renovadas y con una generación con vocación de poder y no sirviendo simplemente de comodín de los gobiernos de turno.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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