El sistema educativo debe liderar una 'revolución cultural'

Varias décadas de narcotráfico han ido generando, en las nuevas generaciones -en virtud de aquello que los economistas llaman 'efecto demostración'-,

una sub-cultura orientada hacia el consumo suntuario, el boato y la ilímite diversión, drogadicción incluida, bien diversa de la laboriosidad continuada y la diaria brega con la que los mayores construyeron en el pasado la industria del café y la estructura empresarial que hoy da soporte y dinámica al incipiente desarrollo del país.

Por doquier reina la aspiración del fácil enriquecimiento y se mira la dedicación al trabajo como 'bobería' y falta de inteligencia de aquel que la practica, en vez de optar por una de las muchas formas que se han ido extendiendo para alcanzar la opulencia sin 'sudar la camiseta', máximo cuando sus autores cuentan con el asentimiento del grupo social que califica su práctica de 'brillantez' y 'vivacidad' que los convierte en objeto de paradigmática emulación.

Así crece y se multiplica el fraude al semejante, el servicio al Estado en todos sus niveles se utiliza en provecho de la propia faltriquera, las rentas públicas se convierten en coto de caza, la política en medio para salir de la pobreza, el uso abusivo del comercio en expedita vía para alcanzar la riqueza y un sinnúmero de comportamientos otrora ilegales u objetos de sanción social como la usura, el chantaje, el secuestro y el robo se transmutan en práctica cotidiana, al punto que el propio Presidente de la República expresó que en la Colombia de hoy 'doquiera se hunda el dedo sale pus'.

Se hermanan la política y el narcotráfico y surgen formas alternativas de justicia practicadas por el paramilitarismo, la guerrilla y las eufemísticamente llamadas 'bacrim', que sustituyen la acción del Estado.
Y mientras el fenómeno crece y se extiende, nuestras autoridades poco hacen para reducirla "a sus justas proporciones" como lo dijera un exgobernante y destacado exponente de esa subcultura en desafortunada frase que aún gravita en la historia patria.

Por su parte, el aparato educativo en todos los niveles, desconectado de esa realidad que nos desborda, continúa con su inercia reproduciendo el preocupante fenómeno, sin poner acento en los valores para ver de reconducir la situación a otros estadios en donde se privilegie el trabajo honrado, el personal esfuerzo y el capital bien habido, y se censure con la acritud debida todo aquello que transgreda la ley y el orden social.
    En revolucionaria actitud comprometida con el cambio social, económico y moral que nuestra sociedad demanda con urgencia suma, antes que ésta termine de hundirse en el fango de su propia perversión.


 

Credito
MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

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