La improvidencia, una endemia nacional

La sempiterna improvidencia de nuestros gobiernos es, no solamente suficientemente conocida por todos y cada uno de nosotros, sino algo más grave aún, aceptada e incorporada a lo que solemos llamar el “imaginario colectivo colombiano”,

o sea las ideas y criterios dentro de los cuales miramos, clasificamos y ordenamos nuestro entorno: reducido a pocas palabras, “la imagen que tenemos de lo nuestro, de lo típicamente colombiano”.

Falta total de previsión que hace que todo nos coja de sorpresa: el invierno sin obras que amainen sus efectos, o el verano sin acopio de agua para riego de cultivos, o embalse para generación eléctrica o simplemente para el consumo humano; el frío sin cobijo, ni protección de los cultivos contra las heladas, o el calor sin como mitigarlo para evitar sus perversos efectos sobre los campos o la devastación de los incendios forestales; la abundancia causando tragedias monetarias como en el pasado más o menos reciente sucedió con la llamada “bonanza cafetera”, o la escasez de materias primas poniendo en calzas prietas a los industriales porque dejamos de sembrar; la buena noticia sin vino ni amigos para celebrarla, o la infausta sin pañuelos para enjugar el llanto, y así sucesivamente.

Ejemplo evidente de ello entre nosotros lo constituye la tragedia profusamente anunciada de Armero que en 1985 dejó 20 mil tolimenses muertos, un sin número de heridos y desaparecidos y pérdidas económicas cercanas a los siete mil millones de dólares, o los 128 muertos, 200 heridos y 20 desaparecidos y el millón doscientos mil damnificados entre ellos a causa de las 20 mil viviendas averiadas y las mil 680 destruidas y mas el 80 por ciento de las vías del país deterioradas, que dejó la pasada temporada invernal, pese a ser un fenómeno recurrente en el tiempo y más o menos predecible; algo que de seguro va a volver a ocurrir entre nosotros con la eventual erupción del volcán “Machín”: que se tomarán medidas a posteriori y se teorizará sobre lo que hubiera podido hacerse y no se hizo.

O lo que viene sucediendo en esta musical ciudad, cuando apenas ahora los más avisados y eso en gracia de la campaña que discurre, se están percatando que escasea el agua y el servicio de energía es precario como el que más y que sin ellos no hay posibilidad de desarrollo alguno, ni futuro posible.

Por eso no extraña que hoy, continuando con tan “típica” cultura y tiempo después de permitir el ingreso al país de toda clase de automotores, de regocijarse por el número de éstos ensamblados por nuestra industria automotriz y su venta en el mercado nacional, así como por la alta cifra de comercialización de motocicletas y la popularización de estas, el gobierno vino a darse cuenta, ¡que la malla vial de nuestras ciudades resulta insuficiente para soportar el incremento del tráfico urbano, y que la reducida y anacrónica red de carreteras es incapaz de soportar el crecido número de vehículos que por ella transitan!

Y lo más grave aún: recién se enteró que la accidentalidad ha crecido y que sigue en aumento al punto que ya nos da al bozo, y que no hay economía que aguante el costo de tal desangre.

Claro que frente a ello los genios que dirigen el país en un exceso de previsión de tan grave circunstancia, ya incorporaron dentro del proyecto de Código de Nacional de Tránsito, una norma según la cual quienes compren carro quedarán supeditados a que, mediante una pública subasta, se les otorgue un cupo para utilizarlo ¿Qué tal?.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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