Carlos Ennio Naranjo Páez

Cuando la Universidad del Tolima quiso remediar el enorme vacío anímico que causó en la ciudad el injustificado cierre de la escuela de Bellas Artes del Conservatorio de Música, años atrás, y dispuso su recreación por allá a mediados de la pasada centuria,

trajo a Ibagué un grupo de noveles y talentosos artistas encabezados por nuestro paisano Jorge Elías Triana que, junto a otra cumbre de la plástica local, Darío Jiménez, recién egresaban en México, de la escuela de muralismo de los grandes de esta técnica: José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera.

Fue cuando, para integrar la plantilla de profesores de esta renaciente empresa del espíritu, dieron su aceptación a la convocatoria los maestros Julio Fajardo, Luis Chaux, Erwin López, Irma de Laredo, Alberto Soto, Jesús Niño Botía, Michel Lentz, Manuel Hernández, Ricardo Angulo, Carlos Penagos, Antonio Buraglia y Carlos Ennio Naranjo, entre otros, si mi memoria aún me es fiel.

Este último, un andariego acuarelista que, pese a la cortedad de su edad entonces, ya había trasegado por varias ciudades de Colombia, casi siempre dedicado a la enseñanza y que en aquel momento se desempeñaba como destacado docente en la Universidad Industrial de Santander, en Bucaramanga.


Claro que en aquel momento y al incorporarse a tan incipiente escuela, no sabía el “profe” Naranjo que estaba dando el definitivo paso para adquirir la carta de ciudadanía que más tarde el Tolima, agradecido por sus ejecutorias, le extendería, y que ese campus universitario que en aquel instante lo acogía se convertiría, como en efecto sucedió, en su segunda casa, como que de él sólo se alejaba momentáneamente para orientar sus pasos hacia “El Patriarca”, en donde devino en consagrado billarista y entre “pola” y “pola”, en grato y ameno contertulio.


Con sus alumnos -entre los cuales, orgullosamente, me cuento-, encontró el mismo calor de su hogar y la reciprocidad al afecto que él tanto sabía dispensar: bastaría mencionar a aquellos que por demás sobresalieron en el ámbito de la plástica nacional y que llegaron, incluso, a convertirse en eficientes docentes de arte como él: Edilberto Calderón, Manuel León Cuartas, Armando Martínez y el ya desparecido Mario Lafont.


A tal punto lo sembrado por el “profe” Naranjo y sus compañeros de empresa cultural alcanzó a enraizar en el alma regional y fructificar, que por entonces Ibagué y el Tolima todo terminaron por acostumbrarse al triunfo de sus artistas en cuanto evento nacional se realizara, llegando las bellas artes a formar parte integral del ser tolimense, casi tanto como la música, hasta cuando una equivocada decisión administrativa resolvió acabar de un plumazo la exitosa escuela, porque, a juicio de las autoridades que rectoraban la UT, debía ser la rentabilidad económica y no la espiritual, la que determinara su vigencia.

Fue, durante esta “dorada” época del auge del talento artístico local, que tuvieron exitoso suceso los diferentes “Salones del folclor” que se realizaron coincidiendo con las festividades de ese nombre en el mes de junio en esta ciudad, por donde pasaron, a más de los descollantes raizales, muchos maestros de la plástica, entonces emergentes, como Botero, Obregón, Grau, Villegas y tantos otros cuya obra sirvió de base de lo que después sería la colección departamental, víctima de un reiterado latrocinio del que lograron salvarse algunas obras que hoy reposan en el Museo de Arte del Tolima.

Inmenso vacío deja en el mundo de las artes el “profe” Naranjo y un gran recuerdo entre sus muchos alumnos, en especial a aquellas fieles seguidoras suyas y de la acuarela que cariñosamente sus amigos las denominamos como “los ángeles de Charlie”, parodiando la conocida serie norteamericana .


Apenados, acompañamos hoy a su familia mientras le rendimos un último y cálido reconocimiento al maestro, su vida y su obra en esta “tierra buena” que irrevocablemente lo contó y contará para siempre entre los suyos.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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