Jaime Zorroza, un hombre con vocación de servicio

“Tolivasco” o “vascomense” podría ser un gentilicio apropiado para alguien que en su ya no corta vida entre nosotros, ha amalgamado las cualidades que exaltan a los oriundos de ese importante trozo de la historia que es el territorio de la comunidad autónoma del país Vasco, heredero del añejo señorío de Vizcaya, y a los naturales de la fecunda tierra tolimense.

“Tolivasco” o “vascomense” podría ser un gentilicio apropiado para alguien que en su ya no corta vida entre nosotros, ha amalgamado las cualidades que exaltan a los oriundos de ese importante trozo de la historia que es el territorio de la comunidad autónoma del país Vasco, heredero del añejo señorío de Vizcaya, y a los naturales de la fecunda tierra tolimense, ”rincón de todas nuestras memorias y meca de todos los mejores anhelos”, como en afortunada ocasión llamó al Tolima, ese excelente coterráneo, Juan Lozano y Lozano.

Y es que siendo aún muy joven, Jaime Zorroza y Landia llegó hasta nosotros, de manera inadvertida, sin que bando alguno anunciara su arribo, invitado por un sacerdote tío suyo, entonces párroco de la iglesia mayor de esta ciudad,  y como por una ineludible imposición de su destino se quedó entre nosotros y arraigó, al incursionar exitosamente en la cultura del arroz, al lado de otro foráneo que terminó siendo tan tolimense como él, el alemán Hanz Klotz, ya fallecido con quien fundó una cooperativa llamada “Serviarroz” la cual sirvió, como sigue haciéndolo a los cultivadores del cereal y a sus trabajadores.

Claro que más que el bucólico  paisaje, el éxito empresarial o el calor de las gentes que desde entonces lo rodearon con su aprecio, lo que verdaderamente lo llevó, aquí y entonces a fundar su casa y a permanecer en ella definitivamente, fue el fortunoso hallazgo de quien iba con el tiempo a convertirse, desde el distante año de 1958, en la compañera y señora de sus afectos, quien le enseñó las verdaderas bondades de este suelo: Ana Julia Suárez Rengifo.

Con quien adelantó una vida compartida de servicio a la comunidad y al semejante caído en desgracia, distribuyendo entre muchos lo que la providencia y el diligente esfuerzo le brindaron generosamente, ayudando de manera silente y desinteresada, por años al asilo de ancianos de otrora, donde consolido su afecto por las gentes desvalidas de avanzada edad, llevándolo a donar las tierras y algunos dineros necesarios para la edificación del hoy llamado “Jardín de los Abuelos” y posteriormente de unos apartamentos aledaños que sirven como generadores de renta para el sostenimiento de la institución geriátrica.

A más de muchas otras obras como la urbanización “Tierra Grata” donde se construyeron cerca de ciento cincuenta casas para soldados discapacitados, víctimas de las minas quiebrapatas sembradas por la inhumana condición de los violentos; la iglesia Santa Ana en la urbanización que lleva el mismo nombre, y la Universidad de Ibagué que fundara en compañía de Santiago Meñaca, José Osorio, Eduardo de León, Roberto Mejía, Leonidas López y otros Ibaguereños cuyo norte siempre estuvo marcado por el sentido de la solidaridad, mismo que guía y orienta la vida de este “Tolivasco”.

Para concluir, en acto de confirmación de su vocación de hombre generoso y de indeclinable espíritu de servicio al semejante, creando la fundación  “Zorroza y Suárez”, lo cual mal podría dejarse pasar sin registrarlo y exaltarlo, en todo cuanto enseña con su ejemplo el valor de la gratitud.

Fiel a sus principios católicos, Jaime Zorroza, ha hecho de su vida un culto permanente al servicio del semejante, contrastante con la de aquellos que, predicando la lucha por la igualdad y la solidaridad, depredan, destruyen y solo siembran dolor y muerte. 

Credito
MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

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