Los Juegos Nacionales, una irrepetible oportunidad

La generalizada práctica del deporte, no es de tan antigua data en nuestro medio como muchos podrían pensarlo, puesto que apenas sí se inician en el siglo XIX motivada por grupos minoritarios, pero con deportes de élite y de alto costo, como el polo y las carreras de caballos, copiados de los torneos que entonces se realizaban en Europa y Estados Unidos...

...con los precarios implementos y los fragmentarios reglamentos y consejos allí obtenidos por los escasos compatriotas que por la época tenían la oportunidad de viajar al exterior, generalmente en procura de educación.

Hasta alcanzar el primer cuarto del siglo XX, cuando se crea la Asociación Deportiva Colombiana, ADC, por allá en los años 20, primigenia antecesora del Comité Olímpico Colombiano, responsable, junto con Coldeportes, de la masificación de estas actividades alcanzada entre nosotros y de la germinación de los Juegos Olímpicos Nacionales, convertidos hoy, 80 años más tarde, en los Juegos Nacionales, el importante certamen que desde 1968 y cada cuatro años convoca la flor y nata de la cultura física del país y que futuramente se escenificará, por segunda ocasión, en Ibagué y por vez primera en otras poblaciones del Tolima y el departamento del Chocó.

Evento que se ha convertido en un importante generador de dinámica urbana en los lugares en donde se ha realizado, como pudimos vivirlo entre nosotros en 1970 cuando llevamos a cabo su novena versión, no solo por el impacto logrado en nuestro desenvolvimiento físico, sino por el cambio cultural sucedido en una comunidad que debió prepararse para recibir y dar albergue por una dilatada temporada, a un gran flujo de visitantes y asistir a una multiplicidad de eventos deportivos de forma ordenada y con disciplina, todo lo cual implicó para los lugareños de entonces, la trasformación comportamental de sus hábitos y costumbres colectivamente, inadecuadas previas a ese momento.

Fueron años de dedicada preparación con la participación de un grupo de gentes que como subalternos suyos o voluntarios colaboradores, estuvieron bajo la diligente dirección del odontólogo Enrique Triana Castilla, sucedido luego por Roberto Mejía Caicedo cuando aquel pasó a servir la Alcaldía de la ciudad, hasta llegar a obtener el depurado resultado de un impecable evento, admirado y elogiado por el país entero.

Ejemplo de eficiente dedicación y esfuerzo mancomunado de gentes de variada índole convocadas y aglutinadas en torno a una tarea colectiva y con un propósito común, como el profesor Araméndiz quien comandó con excepcional consagración y acierto, la escenografía y la coreografía tanto de la ceremonia inaugural como la de despedida. El “negro pingo” encargado de la alimentación y el alojamiento, los guías cívicos, la policía de la época, los estudiantes todos y los ciudadanos del común agrupados en diversos comités de recepción y acompañamiento a los participantes.

Paradigmática vivencia digna de emulación, e irrepetible oportunidad para la radical transformación tanto de Ibagué, como de las restantes sub-sedes en el departamento, que las autoridades lideradas por el Gobernador y el Alcalde, tienen que recoger y hacerla propia, pero ya, antes que nos coja la noche, como nos ha pasado ya en otras ocasiones.

Credito
Manuel José Alvarez Didyme-dôme

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