¡Colombia y los colombianos merecemos respeto!

Al contrariar la más elemental sindéresis con los acuerdos preliminares que condujeron a la negociación con el gobierno, que actualmente se adelanta en Cuba en busca de la paz, el actuar de las FARC está volviendo a evidenciar su intención de no cejar en el accionar criminal que las han hecho acreedoras al repudio y menosprecio del pueblo colombiano, ahíto de su barbarie y su cinismo.

Y en la forma como discurren los diálogos, crece y se aumenta el temor de la opinión mayoritaria del país de que estos no van a constituir nada distinto a una nueva “cortina de humo” como las que ese grupo lanza cada cierto tiempo, procurando difuminar ante la opinión civilizada universal la bien ganada identidad de “terroristas”, cada vez más alejados de su primigenio propósito de la toma del poder por las armas para implantar la anacrónica ideología marxista-leninista, mientras al interior del país emulan con Pablo Escobar y los grandes capos del narcotráfico, al comercializar desembozadamente con droga y realizar toda suerte de acciones criminales de lesa humanidad con las que intentan amedrentar a la población.

Tal como lo viene refrendando el accionar de sus frentes, con los secuestros extorsivos de civiles recientemente realizados y la ”valerosa captura” en el Valle de inermes policías en trance de descanso, la adquisición de nuevo armamento, la continuación del uso de armas no convencionales y la siembra de “minas”, los atentados contra la infraestructura, el reclutamiento de menores y las amenazas contra la población inerme del país, todo ello en contradicción con las normas del D. I. H. y sin sentido alguno de humanidad.


Deplorablemente contando para ello con la apatía cómplice y la falta de acción de la sociedad colombiana, que en vez de su silencio, debiera estar sentando sus posiciones, a través de multitudinarias y sonoras manifestaciones, reiteradas y sin pausa por toda la geografía patria.


Porque la continuidad en la protesta contra los violentos y la preocupada solidaridad con las víctimas de su actuar que somos todos, debe constituirse en una irrenunciable norma de comportamiento del colectivo social, tanto como el rechazo a las reiteradas mentiras con las que tratan de justificar sus vandálicos actos.


Por tanto esperar que vamos a alcanzar la paz sin dejarnos ver ni oír, y con gentes que razonan y actúan de la manera que lo hacen, envalentonados por la desmedida riqueza que les produce el más lucrativo y ruin de los negocios ilícitos, resulta por lo menos ingenuo y candoroso, como ellos así lo entienden y lo están dejando traslucir a través de su reticencia a negociar en serio.


A La Habana se fue para terminar el conflicto y “no para perder el tiempo”, como merecidamente indignado les dijo el negociador Humberto de la Calle a los voceros de los violentos.


Amplifiquemos masivamente esta admonición por cada rincón de Colombia, para que los violentos sepan de una vez por todas y no lo olviden que Colombia y los colombianos merecemos respeto.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

Comentarios