¡Que no se olvide: “Colombia sigue siendo café!”

Que “Colombia es café o no es” como lo cantara hace tiempo el poeta y lo repitiera hasta el cansancio y de cara al mundo don Manuel Mejía, “mister coffe”, fue acertada afirmación que tuvo vigencia durante todo el siglo XX y continúa teniéndola, en cuanto recoge el significado que para el país posee este cultivo.

Y es que asentado en las laderas de nuestras tres cordilleras y acogido por la calidad de unos suelos ígneos y metamórficos de excelente calidad para la productividad, en alturas superiores a los 1.200 metros sobre el nivel del mar y aquerenciado por una suave brisa, el café, producto  originario de la lejana Etiopía, se convirtió por manes del destino y de pioneros visionarios, –al parecer pertenecientes a la comunidad jesuítica, según lo refieren algunos historiadores-, en nuestra principal empresa generadora de riqueza desde el siglo XIX y hasta la conclusión de la pasada centuria.

Dando origen además a toda una cultura que perdura, y que como en algún momento lo destacara “el cronista de esta tierra”, William Ospina, no ha podido ser penetrada por nuestros dos cánceres ya endémicos: el narcotráfico y la violencia, pues en los lugares en donde arraigó, siguen fructificando a la par con los cafetos, el amor al prójimo y el temor de Dios, abonado por el dedicado esfuerzo, el apego al terruño y el afecto por la naturaleza, como sus insustituibles orientadores.


Con una adecuada distribución de la tierra, sin dejar de progresar en las técnicas de cultivo y manejo del grano dándole, a la manera de los vinicultores de otras latitudes, valor agregado a su producto, mediante esmerados procesos de siembra, recolección y beneficio hasta obtener las excelsas calidades que hoy son apreciadas y degustadas en el mundo entero bajo la denominación de “cafés especiales” o “cafés gourmets”, en las cuales sobresalen las producidas en varias zonas del Tolima.


Por ello desconcierta y conturba que un patrimonio de tanta importancia para el país, se encuentre hoy amenazado de muerte y sin posibilidades de maniobra financiera para encarar la merma en la productividad inducida por equivocados asesores agropecuarios, la depresión de los precios del grano, los altos costos de los insumos, la revaluación del peso y la reducción de las ventas a nivel mundial.


Todo acentuado por el desacierto con que se ha venido conduciendo al gremio de un tiempo reciente para acá, descapitalizándolo y consecuentemente empobreciéndolo, pues sus directivos no supieron conservar la riqueza que este llegó a tener en virtud del fotalecimiento interno que se le procuró desde sus orígenes, concretada en el llamado “Fondo Nacional del café” que por lustros y sin pausa financió el proceso de modernización del país y puso la cara en los momentos de afugia y dificultad económica que se vivieron en el pasado.


¡Increíble, después de haber sido, por años, el país líder en el manejo del mercado del grano en el mundo!


Claro que se conocen cuáles son las verdaderas causas que han conducido a tan deplorable escenario: no las varianzas del clima y la falta de capacidad de los caficultores en técnicas de administración de fincas, cultivos y mercadeo, o la renovación simultáneamente realizada, como se nos ha querido hacer creer. ¡No! Ha sido, la falta de eficiencia directiva de una Federación politizada y mediocrizada por el Gobierno y el negligente abandono del gremio por las autoridades económicas.


Tal como lo evidencia el paro que por vez primera vienen escenificando curtidos campesinos, urgidos de solventar sus personales condiciones y las de los suyos en un país que tanto les debe y nada quiere retribuirles.

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