La fanfarria calló, la luz se apagó, ¿y ahora qué?

La abusiva apropiación de la figura y el discurso Bolivarianos, aunada al deshilvanado uso de frases de retórico impacto, la persecución a los adversarios políticos, el amedrentamiento sistemático de los medios de comunicación desafectos a su mandato y a un exacerbado asistencialismo de corte

 “Peronista” llevado a cabo gracias al uso incontrolado de los recursos provenientes del petróleo, llevó a la consagración de un innegable liderazgo del tropical caudillo que acaba de desaparecer, dentro de un marco abigarrado de  boinas, camisas y banderas rojas al viento a la mejor usanza de la Italia “fascista” de otros tiempos.

Con la participación de una ululante multitud, acicateada por el odio de clases, en análogas circunstancias a las que llevaron a Europa a la gran conflagración de 1939 y a su desleimiento económico y social durante gran parte de la pasada centuria y a la instauración por años del imperio de una férrea dictadura comunista en gran parte de ella, de la cual apenas sí recientemente se ha liberado después de años de dolor y sufrimiento.


Atraída por la promesa de la conversión de su dura existencia en la irrealidad del mitológico país “de Jauja”, del cual tanto se hablaba en la edad media, un idílico sitio donde no era necesario trabajar para obtenerlo todo, hasta el abundante alimento, pues los que allí habitaban vivían entre ríos de leche, vino y montañas de pan y  todos sus deseos se les realizaban instantáneamente


Mascarada con la que hasta hoy se mimetizó el verdadero drama económico que se le viene encima a la vecina república y  que deberá empezar a enfrentar cuando se prenda la luz y cese el sonido de la última trompeta de la fúnebre fanfarria, ante la imposibilidad de seguir ocultando lo inocultable: una producción petrolera que presenta una merma de más de un millón de barriles a cargo de una deteriorada e ineficiente empresa estatizada; un aparato de producción al borde de la desaparición por falta de inversión; sin ciencia ni tecnología; sin fuentes de abastecimiento alternativos; un agro improductivo y a punto de desaparición agobiado por el desestímulo a la propiedad individual; una deuda externa que bordea los doscientos mil millones de dólares; un monstruoso déficit fiscal; una inmanejable circunstancia cambiaria que negocia un dólar negro cuyo precio supera en cuatro veces al oficial, y “la mayor  inflación del mundo”, todo ello manejado por una burocracia incompetente, politizada y corrupta.

Consecuencia de años de derroche y despilfarro de una coyuntural e irrepetible bonanza, durante los cuales no se invirtió ni en infraestructura vial, ni energética, ni naval, ni industrial, ni en desenvolvimiento agropecuario, ni científico, ni en nada de nada que no fuera una loca aventura armamentista atómica en connivencia con el controvertido régimen iraní y un improvisado intercambio con Cuba de médicos por petróleo.   

Todo ello tolerado, cuando no alimentado, por el atraso y pobreza de un pueblo carente de rumbo político claro y definido, proclive a ser atraído por demagógicos cantos y  vacuas prédicas de populistas vendedores de ilusiones, falsos profetas y violentos conductores hacia movimientos de corte autocrático-y mesiánico, como el que hoy también gobierna Bogotá.

Credito
MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

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