Otra Semana Mayor con mucho culto externo y poca fe interior

Se inicia para el pueblo católico otra Semana Santa en medio del actuar guerrerista de la subversión que no merma a pesar de los diálogos que sostiene con el gobierno en la isla de Cuba y sin que se avisore un pronto acuerdo que permita mirar con optimismo el futuro cercano.

Conversaciones dentro de las que se discute un orden político para Colombia, sin que cuenten en él, poco o nada, las enseñanzas de Cristo y su trascendental mensaje de solidaridad, paz y amor que se difundirán con vehemencia durante los próximos siete días , pese a que la mayoría de la población del país dice acatarlos.

En este país atribulado en el que conviven en una misma realidad contrastante, la pobreza y las hiperfortunas generadas por el desempleo y la exclusión por un lado y el narcotráfico y la amplia gama delictual que lo acompaña como factor dominante, por el otro, al margen del evangelio y acicateados por una inagotable aspiración al enriquecimiento fácil, que nos aleja cada vez más de la justicia social y el desarrollo.

Y mientras tanto en nuestras ciudades y poblados con mucho aparato y fervor aparente, se practican todos y cada uno de los ritos externos de la Semana Mayor. Con templos abarrotados, dolidas promesas de amor a Dios y al prójimo, contritos gestos de arrepentimiento, multitudinarias procesiones, peregrinaciones de fieles descalzos o de rodillas y hasta flagelaciones y crucifixiones de penitentes pese a haber sido proscritas por las altas jerarquías de la iglesia.

Todo con el precario resultado que agotados los ritos y superada la semana de pasión, nada cambia y todo sigue igual.

Porque los mismos que desfilan y acompañan las imágenes sacras, nada hacen después para repudiar la injusta violencia que a todos afecta, o para ir contra el secuestro, el narcotráfico o la barbarie guerrillera. Ni los que elevan llantos, plegarias o cánticos al altísimo dejan oír su voz oportunamente para censurar a los políticos y funcionarios corruptos y venales. Ni los que hacen votos al cielo, miran por quien sufragan a la hora de votar en la tierra a fin de llevar a las altas dignidades de las diversas ramas del poder solo a aquellos que de modo estricto cumplen con el sacro decálogo, pertenezcan o no a su partido o a su credo. Ni los que dicen amar al prójimo como a sí mismos se preocupan por que éste tenga empleo, alimentación, techo, seguridad social y educación.

Porque se vive la cultura de la forma, y como “el carbonero” no se va al fondo de la fe, al juicioso análisis y la serena reflexión que debe inspirar la palabra de Cristo, cuando de verdad se conoce y cree en ella. Sin ostentación ni fetichista actitud, sino con convicción profunda como lo propone el evangelio.
    


Credito
MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

Comentarios