¿Qué nos pasa ?

Gracias a la indolencia e incuria oficiales, la ya añosa edificación donde se aloja la gobernación del departamento ha terminado convertida en el fidedigno registro del paso de los años y del deterioro que éste trae consigo en personas y bienes, sobre todo de estos últimos cuando son de propiedad del Estado y no se les da un cuidadoso y diligente trato.

Gracias a la indolencia e incuria oficiales, la ya añosa edificación donde se aloja la gobernación del departamento ha terminado convertida en el fidedigno registro del paso de los años y del deterioro que éste trae consigo en personas y bienes, sobre todo de estos últimos cuando son de propiedad del Estado y no se les da un cuidadoso y diligente trato.

Es así como por lustros los habitantes de la capital del Tolima, ante el asombro y la desesperanza, han tenido que observar el paulatino menoscabo sufrido por la paradigmática edificación que alguna vez fue hito arquitectónico nacional y exhibió en su frontispicio el mural “Nosotros los pijaos”, que evoca los aborígenes ancestros, pintado por un hijo de esta tierra y uno de los grandes valores de la plástica nacional, el pintor y muralista discípulo de los mexicanos Diego Rivera, Rufino Tamayo y David Alfaro Siqueiros, Jorge Elías Triana, otrora director de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Tolima y de la Universidad Nacional de Colombia, restaurado con impericia que pone en riesgo su valor artístico.

Similar a lo que ocurrió con el Teatro Tolima remodelado por inexpertas manos que le robaron toda su valía arquitectónica y lo que pasó con la estación del Ferrocarril de Ibagué, valiosa muestra de arte republicano, tumbada impunemente por la pica oficial que ignoró su significación tanto histórica como constructiva, y el Panóptico hoy agonizante, deteriorado y en obra cada vez más negra que aparece ante los ojos de propios y extraños, sobre todo de las nuevas generaciones, como la inocultable evidencia de la ausencia de dolientes del porvenir de esta tierra.

Un sino que viene determinando de tiempo atrás el paulatino decaimiento de todo lo que antaño se construyó en el Tolima: su industria licorera y sus productos bandera, primero el ron y luego el tradicional “taparroja”, desplazados por otros licores foráneos, y su aprestigiada lotería cediendo terreno a juegos exóticos más atractivos y mejor administrados, empresas que otrora le dieron sustento a la salud y la educación públicas regionales, venidas a menos por la acción de incompetentes gestores, sin que se hubiera visto reacción alguna de los entes encargados de su control y vigilancia ni de nuestra clase política responsable de la tutela de la cosa pública.

Casos que se suman a otros igual de alarmantes como la “entrada en barrena” de instituciones otrora tan respetadas y respetables como la Cámara de Comercio, en reiterada interinidad, o el Comité de Cafeteros permeado por la abulia, la conformidad y la falta de apoyo a los cultivadores del grano, reflejan hoy con pasmosa exactitud la capitis deminutio que viene padeciendo el departamento, de manera lenta y casi que imperceptible en su dirigencia, convertida con muy, pero muy escasas excepciones, apenas sí en simples espectadores del devenir regional, luego de haber sido en el pasado no muy lejano los indiscutidos constructores de un promisorio futuro y líderes y protagonistas de las grandes decisiones nacionales, como Murillo Toro, Darío Echandía, Rafael Parga Cortés, Juan Lozano y Lozano, Augusto Ramírez Moreno, Guillermo Angulo Gómez, Rafael Caicedo Espinosa, Jaime Pava Navarro, Yesid Melendro Serna, Floro Saavedra, Adriano Tribín Piedrahita, Mario Laserna Pinzón, Alfonso Palacio Rudas, Alfonso Jaramillo Salazar, Alfonso Reyes Echandía, Eduardo de León, Santiago Meñaca y Roberto Mejía Caicedo, entre muchísimos otros.
 

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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