De obras y gobernantes

De tiempo atrás los gobernantes de Francia y de su capital, París, institucionalizaron la costumbre de dejar la impronta de su tránsito por esos cargos y, -de paso-, perpetuar su nombre en el tiempo a través de obras físicas diseñadas con criterio de utilidad colectiva y valor arquitectónico para una urbe que insiste en seguir siendo, a más del centro global del humanismo.

De tiempo atrás los gobernantes de Francia y de su capital, París, institucionalizaron la costumbre de dejar la impronta de su tránsito por esos cargos y, -de paso-, perpetuar su nombre en el tiempo a través de obras físicas diseñadas con criterio de utilidad colectiva y valor arquitectónico para una urbe que insiste en seguir siendo, a más del centro global del humanismo, la más bella y original del orbe, título ganado desde el llamado “Gran Siglo” de Enrique IV y Luis XIII, refrendado a través de los años y acentuado con lo realizado en ella con motivo de la exposición universal que efectuó a inicios del pasado siglo XX.

De esta manera, al lado de los llamados “Petit” y “Grand Palais” y del palacio de Chaillot, de las catedrales del Sacré Coeur y Notre Dame, de los Campos Eliseos, de Les Invalides, del Arco del Triunfo, del Trocadero, de la Madeleine, del obelisco egipcio de La Concorde, de la Ópera, de Montmartre, de la Torre Eiffel, del Museo del Louvre, del Museo Orsay, sin interrupción alguna en el tiempo, se han ido levantando obras de gran valía urbanística, más o menos de reciente origen como el Museo Picasso, el de Rodin, la plaza Charles de Gaulle, el Centro Pompidou, la Villette, la Pirámide del Louvre, el nuevo Arco de la Défense, la Fuente de Miró, la Biblioteca Mitterand y la más actual: el museo de África, América y Oceanía de la Quai Branly, entre muchas obras.

Regio ejemplo a seguir por nuestro actual burgomaestre y los que lo sucedan futuramente, a fin de ir dotando a Ibagué y de cara al porvenir, de algún encanto adicional a su mediterráneo clima, su bucólico paisaje y la “queridura” de sus gentes, valiosos, pero insuficientes como factores de atracción turística hacia nuestros lares, ya que como de tiempo atrás lo destacó nuestro periodista y bardo Juan Lozano y Lozano: “No es una bella ciudad esta Ibagué nuestra, como no son generalmente bellas las mujeres que despiertan las más hondas y tenaces devociones…”.

Pero verdaderas obras con valor arquitectónico, diversas a las que en su momento nos legaron algunos gobernantes locales, seguramente con buen propósito, pero sin mayor trascendencia artística o de ornamentación, carentes de monumentalidad, originalidad, belleza o calidad artística alguna, como el monumento al fundador o las varias esculturas que con dificultad se advierten diseminadas por la ciudad.

Al efecto podría comenzarse por darle valor paisajístico al cañón de nuestro tutelar río Combeima en su paso por la ciudad, demoliendo las vetustas y antiestéticas construcciones existentes en la margen derecha de la Carrera primera, para construir allí un paseo-mirador que se iniciaría en el parque de la Música adyacente a la paradigmática sede del conservatorio de música, dándole a ésta la perspectiva que se merece.

Y añadir para enfatizar, como valor agregado propio de nuestra cacareada condición de ciudad musical, -al igual que lo hace la misma “Ciudad Luz” en la zona de “Saint-Germain-des-Prés” en el verano-, la terminación de la obra del “panóptico” como centro cultural por excelencia que disemina arte y música variada y en vivo por doquier, con grupos de Jazz, música folclórica y tradicional, cafés al aire libre o bajo techo, donde nuestros vernáculos artistas, consagrados o emergentes, emulen entre sí al mostrarse ante propios y extraños como lo que son: brillantes y talentosos y dignos de admiración.

Ojalá al Alcalde Luis H. en el tiempo que le queda y si “le suena” la idea, la acoja y de esta manera le trace un renovado rumbo a la ciudad.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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