El nefasto resultado del proteccionismo: Un ilustrativo ejemplo para los que propugnan por esta política

En recientes audiciones radiales, la Federación Colombiana de Ganaderos, “Fedegán”, como reacción a la masiva penetración del mercado nacional por parte de carnes de foráneo origen, viene difundiendo unas cuñas a través de las que nos invitan a los consumidores colombianos “a comer carne colombiana”, de la que producen los ganaderos colombianos.

En recientes audiciones radiales, la Federación Colombiana de Ganaderos, “Fedegán”, como reacción a la masiva penetración del mercado nacional por parte de carnes de foráneo origen, viene difundiendo unas cuñas a través de las que nos invitan a los consumidores colombianos “a comer carne colombiana”, de la que producen los ganaderos colombianos, en los campos colombianos, para proteger a la industria ganadera nacional.

Y quien, sintiéndose colombiano, no se sentiría inclinado a responder positivamente a tan angustiada y comprometedora convocatoria, sino fuera porque la calidad del producto doméstico deja mucho que desear en términos de calidad frente a las ventajas comparativas que exhiben casi todos los extranjeros.

Todo porque la Federación, fundada hace ya 50 años, el 13 de diciembre de 1963 “para el beneficio de los productores ganaderos, del sector rural y del país en su conjunto” en su calidad de depositaria de las expectativas e intereses del gremio, como rezan su “visión” y su “misión”, amparada en la torpe y equivocada política proteccionista que por años vino practicándose en nuestro país a instancias del gobierno favoreció la incompetencia de la producción nacional en todos los campos, dejó de preparar a los ganaderos vernáculos en lo fundamental: para la emulación con los productores de otras latitudes que por años invirtieron esfuerzos y recursos –ellos sí-, en la formación de una cultura de la carne, apta hoy para la conquista exitosa del mercado internacional, a pesar de que en las normas rectoras del Fondo Nacional del ganado, desde el momento mismo de su creación, se disponía que este mecanismo financiero tenía como prioritarios propósitos el apoyo a la exportación de ganado, carne y leche; la investigación tanto científica como técnica para la mejoría de la calidad; la organización de industrias con sistemas eficientes de comercialización para la racionalización de los precios; la capacitación de los empresarios del sector; la asistencia necesaria de diversa índole a los productores, y la cofinanciación de la inversión en la infraestructura física y social indispensables para lograrlo, entre muchos otros buenos propósitos que no pasaron de ser eso al cobijo del proteccionismo: buenos propósitos y nada más.

Lo hecho resultó muy poco o casi nada para ganar en calidad y eficiencia: el ganado se sigue sacrificando en lugares inapropiados o por personas poco diestras y a edades inadecuadas si lo que se pretende es obtener la óptima calidad de la carne; los simples cortes no son los correctos por falta de conocimiento y escasa preparación de los encargados de hacerlos; el proceso de desangre y maduración no se maneja técnicamente; no se conocen suficientemente las procedimientos utilizados en otras latitudes para manir la carne; la manipulación en general de ésta deja mucho que desear desde el punto de vista higiénico; la variedad no es de la amplitud que el mercado demanda, y por último la presentación final del producto no es la más atractiva visualmente hablando.

De esta manera y frente a tan tozuda realidad, el angustioso llamado de Fedegan queda resonando en nuestros oídos, convertido en el vano lamento de “la lechera” de la fábula frente a la leche derramada, o sea un desgarrador quejido de cara a lo que pudo haber sido y no fue.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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