La cultura del alcohol

Luego de las varias lesiones y muertes recientemente causadas en diferentes accidentes escenificados por conductores embriagados, vuelve a emerger en la opinión, la ingenua y simplista visión “santanderista” ya tradicional entre nosotros, de creer que para lograr la solución de los problemas sociales que nos afectan.

Luego de las varias lesiones y muertes recientemente causadas en diferentes accidentes escenificados por conductores embriagados, vuelve a emerger en la opinión, la ingenua y simplista visión “santanderista” ya tradicional entre nosotros, de creer que para lograr la solución de los problemas sociales que nos afectan, independiente de su complejidad, basta la expedición de una norma, en este caso una que reduzca las garantías que el ordenamiento penal ha consagrado hasta hoy para los causantes del daño y endurezca la pena a imponérsele a sus autores.

Y colectivamente, todos a una y aupados por los medios, la opinión se aplica de manera vehemente a pedirle al legislador, la creación de un nuevo tipo penal que disponga el encarcelamiento sin alternativas de quien incurra en tal conducta y que lleve aparejada, además, la retención del vehículo y ojalá la consecuente pérdida del dominio del mismo.

Entretanto la verdadera causa del problema en el país, que es la llamada “cultura del alcohol”, que permea todos los sectores de la población y a casi todos nos involucra, tolerada socialmente y prohijada por el propio Estado, se mantiene incólume al margen de la discusión, y la comunidad continua inmersa en ella como si ésta no fuera la real génesis del mal.

Sin percatarse que el uso de esta droga está inextricablemente asociado entre nosotros con la alegría y el dolor, puesto que con ella se celebra por igual, nacimientos, bautizos, primeras comuniones, cumpleaños y matrimonios, éxitos negociales, profesionales o deportivos, al tiempo que de idéntica manera se mitigan las penas y se palian los fracasos, y hasta preside las tertulias y los más variados certámenes.

Para luego tener que dolernos de que en forma cotidiana se presenten problemas en el ámbito laboral, como el incremento de los accidentes de trabajo, el absentismo o los retrasos frecuentes al sitio de labor, o el bajo desempeño en las tareas rutinarias, traducido en lentitud, torpeza y escaza eficiencia; o se afecte la salud pública con problemas tales como el envejecimiento prematuro, la perdida de la memoria o la baja concentración, enfermedades digestivas, hipertensión y otras de diversa índole que pueden llegar incluso al cáncer; hasta producir dificultades y problemas en el orden personal y familiar, como el deterioro o la alteración de las relaciones de amistad o parentales, el incremento de la conflictividad y los índices de delincuencia, como las muertes y las lesiones personales culposas, causadas en accidentes de tránsito que constituyen el centro de estas cogitaciones.

En síntesis una “cultura socialmente nociva”, paradójicamente patrocinada por un “Estado cantinero”, que deriva gran parte de sus rentas del consumo de las bebidas embriagantes, como el aguardiente o los rones que producen las fábricas departamentales, o el pago de los impuestos que realizan los productores de la cerveza y los importadores o fabricantes de otro tipo de licores.

“Trago” que impúdicamente publicita y distribuye el mismo Estado, para luego aparecer “farisaicamente” lamentándose y afrontando con los mismos recursos que gracias al excesivo consumo le ingresaron, las dañosas consecuencias de la incontrolada ingesta por sus ciudadanos, en un círculo vicioso y si se quiere torpe como el que más, prueba irrefutable de las contradicciones de nuestro sistema y de la mediocridad de una dirigencia, incapaz de sustituir estos “indeseables” ingresos de forma racional, impidiendo de paso las nefandas secuelas de esta cultura.

Credito
MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME- DôME

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