¿Estará el campo condenado a otros “Cien años de soledad?”

Una caricatura publicada a mediados de semana en el antiguo diario de “los Santos”, ilustra la irrefutable realidad de la Colombia actual: el Presidente jugando al golf, mientras “el cady” le dice a un campesino que personifica el paro nacional agrario, que tenga paciencia ya que “el green” de juego es el único campo que el gobernante conoce.

Una parodia que si no fuera por el dramatismo que encarna, movería a risa y que alude a los diversos países que aquí coexisten, cada vez más distantes entre sí, así se encuentren regidos por una normatividad aparentemente común y gobernados por un único grupo humano. 

Grupo humano, asentado principalmente en la capital, con una concepción de la realidad que muy poco o casi nada corresponde con la del resto del país en especial del campo, -como lo evidencia la ignorancia invencible del ministro de Agricultura Francisco Estupiñán sobre los problemas de su cartera-, con una sesgada visión centralista y para unos niveles de desenvolvimiento e ingreso distintos a los de las demás regiones, las cuales mira con menosprecio, ignorando su  circunstancia y las dificultades propias que estas han venido acumulando.

La mayoría de ellas carente de infraestructura vial y de servicios, acosada por las múltiples violencias, en especial la guerrillera y la del narcotráfico, sin fuentes estables de financiamiento, con mínima autonomía para gobernar su propio destino, debiendo competir con productores más eficientes, de países más ricos las más de las veces subsidiados, por cuenta de Tratados de Libre Comercio suscritos de manera ligera e irresponsable para beneficiar a unos cuantos industriales capitalinos y de las dos o tres urbes con mayor desenvolvimiento fabril.

Sin acatar lo que reiteradamente han señalado y siguen mostrando los analistas del discurrir económico: nuestra provincia y el campo, dadas la privilegiada ubicación geográfica del país, la existencia de tierras aptas para la producción de alimentos en toda clase de climas, la disponibilidad de mano de obra más o menos calificada por nuestra añosa tradición en las labores campesinas, la existencia de agua en suficiencia para cultivar bajo riego y una universidad que por años ha podido acumular conocimiento especializado sobre el tema, sí contaran con el suficiente apoyo y atención, bien podrían llevar a cabo una gran “revolución verde” en esta tierra.

Así que, ¿que es lo que falta para hacerlo?

Superar aquello que tradicionalmente nos ha afectado y continúa haciéndolo: lograr que quienes manejan el Estado, construyan vías y doten al país en su conjunto con una adecuada infraestructura que transforme la provincia en verdaderos centros de producción; que el sector privado destine el capital acumulado a la inversión agropecuaria en la región antes que a la especulación; que los centros de difusión del conocimiento, adecuadamente financiados, se dediquen a hacer investigación y extensión agropecuaria que se traduzca en acompañamiento real a los productores, y que los rectores de los gremios, salgan de sus privilegiados nichos, a hacer el seguimiento y a orientar adecuadamente el rumbo de sus sectores.

Es hora de despertar y ponernos afanosamente a convertir en benéfica circunstancia el desabastecimiento universal alimentario; combatir de esa forma el desempleo que nos afecta, y acopiar la riqueza que siempre nos hemos negado cual “estirpes condenadas a Cien años de soledad”.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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