Un autor universal por su obra y tolimense por el afecto

Álvaro Mutis Jaramillo, recientemente fallecido en el D.F, -como coloquialmente llaman los mexicanos a la Ciudad de México-, fue uno de los autores contemporáneos más prolíficos en lengua castellana, tal como lo evidencia el amplio legado literario que deja al morir a los noventa años de edad recientemente cumplidos, como que nació el 25 de agosto de 1923.

Fue, sin lugar a dudas uno de los escritores latinoamericanos más importantes de la contemporaneidad según lo testimonian su copiosa obra, compuesta por poesía, narrativa, ensayo y antología, y los múltiples reconocimientos que recibió a lo largo de su no corta vida literaria, como el premio Nacional de Letras de Colombia en 1974, -el primero de su vida-, al que siguieron el Xavier Villaurrutia y la orden del Águila Azteca de México, el Príncipe de Asturias de las letras, el Reina Sofía de la Poesía Iberoamericana y el Cervantes todos ellos en España, el Nonino de Italia, el Internacional Neustadt de Literatura de la Universidad de Oklahoma en los Estados Unidos, el Medicis Étranger y la Orden de la Artes y las Letras de Francia y otros varios, si bien de menor entidad como el que le otorgó esta ciudad de Ibagué que siempre lo tuvo como uno de sus más dilectos hijos, no menos significante de su excelsa calidad en las letras universales.

Y es que Mutis a la muerte repentina de su padre cuando apenas tenía nueve años, dejó el viejo continente para venir hasta acá, y lo repitió en algunas vacaciones hasta afincarse definitivamente a vivir bucólicamente entre nosotros, rodeado de los coloridos paisajes que generosamente brinda la cordillera central y en medio de trinos de aves canoras, mariposas, cafetales, guaduales, matas de plátano, cañaduzales y cristalinas aguas, al lado de su madre en una finca fundada por su abuelo materno, un recio varón de clara estirpe antioqueña, en el corregimiento de Coello-Cocora, muy cerca a esta capital de la música, que el siempre reconoció como su hogar adoptivo y responsable de su condición de impenitente soñador como en forma clara y sin reserva alguna lo pregonó a los cuatro vientos: “Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón de la región de Tolima, en Colombia”.

Hombre de derecha, reaccionario y monarquista, según lo afirmaba repetidamente y con orgullo, heredó de su padre el gusto por la buena mesa, los buenos vinos, la tertulia, la buena literatura y una rendida admiración por Napoleón. De sus viajes de Europa a Colombia en pequeñas naves mitad de carga y mitad de pasajeros, su fascinación por el mar, los barcos y la aventura, y de su abuelo la seducción generada por la siempre cálida tierra caliente, los ríos, la montaña y el perfume de los cafetos en flor, gustos y vocaciones que luego condensaría en la personalidad de Maqroll el gaviero, “su máscara favorita”, como llamó con tanto acierto a su personaje, Juan Gustavo Cobo Borda, en reciente análisis de la obra literaria y el periplo vital de Mutis.

Tras abandonar sus estudios en Bruselas en el colegio jesuita de Saint-Michel, hizo su último intento para lograr el diploma de bachiller y se matriculó en la Universidad del Rosario, en Bogotá. Su profesor de literatura fue el notable poeta caqueteño Eduardo Carranza, sobre cuyas clases, decía, “fueron para mí una inolvidable y fervorosa iniciación a la poesía”: entre esta y el billar se le extraviaron los buenos propósitos de alcanzar el título.

Desde 1956 se estableció en la capital mexicana, a donde llegó con dos cartas de recomendación, una dirigida al director de cine Luis Buñuel y otra al “señor televisión” el español Luis de Llano Palmer, gracias a la cuales consiguió trabajo como ejecutivo de una empresa de publicidad, y luego como promotor de producción y vendedor de publicidad para el medio, habiendo conocido en el ambiente intelectual mexicano a los que luego fueron sus amigos en aquel país: Octavio Paz, Carlos Fuentes y al mismo Buñuel, entre otros.

Se inició en la novela en 1978, pero sólo fue reconocido popularmente en 1986, con la publicación de la primera de ellas, La nieve del Almirante dejándonos uno de los legados más importantes que su obra hizo a la literatura universal y particularmente a la latinoamericana: su visión de la historia y del devenir humanos.

El 22 de septiembre que discurre, apenas hace una semana, murió a causa de un enfermedad respiratoria, añorando al Coello-Cocora de sus afectos donde reposarán finalmente sus cenizas por decisión suya. Descanse en paz.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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